04/11/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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No, no voy a escribir de ese amor de corazoncitos (ahora que Twitter y Facebook lo tienen), ni el de San Valentín, ni el deParís ni tampoco el de Gustavo Adolfo Bécquer. Del que quiero tratar es del que va con apellidos, del amor al dinero, del amor al poder. Porque es ese que tiene tanta gente en esta sociedad, del que tienen tantos políticos y empresarios. Es una obviedad, pero resulta que es la única forma de explicar cómo actúan algunas personas. Hay incluso jueces en esta definición, como el leonés Enrique López (que también tiene mucho amor a mezclar alcohol y motos, no hay que olvidarlo). El otro día el escritor Lorenzo Silva le pedía sentido común para que ni siquiera hubiera permitido que se llegara a ser apartado del caso Gürtel, porque era obvia su vinculación con el PP y con otros de los implicados, el empresario José Luis Ulibarri. Si de verdad un magistrado quiere que su profesión sea digna, no tendría que exponerse así. Pero claro, quién sabe qué intereses hay por el medio. También amor al dinero y amor al poder es lo que tienen muchos dirigentes que no dudan en salir en fotografías una y otra vez precisamente con el constructor implicado en la mayor trama de corrupción de la historia de este país. Quizá es que no he estado en esa situación (ni político, ni corrupto, ni millonario), pero supongo que no será tan difícil evitar ciertas fotos, como aquella de Feijoo en el yate con un narco... Por eso ya tengo mi extensa lista de invitados para cuando me compre un barquito. Que no hay tantos corruptos.
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