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¿Dónde está el tren de los Reyes Magos?

12/01/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Yo no sé si en los niños de hoy el tren ejerce la atracción que ejercía en nosotros, allá en nuestros años de infante. Bueno, infante y también después.

Ver pasar aquellas locomotoras de vapor, y no digo viajar en aquellos trenes de asientos de listones de madera, y el tizne de la cara cuando el viaje era suficientemente largo, es algo que no se puede olvidar.

Claro que por aquellas épocas todo era más fácil. Te podías acercar a la vía del tren, con todo y el riesgo que había, lo veías llegar, incluso, a veces, ponías una perra gorda en el carril y esperabas que pasara para luego recoger, oh maravilla, una chapa circular de por lo menos el doble de diámetro que la moneda, en la que apenas se adivinaba la cara de Franco por un lado y el águila de San Juan por el otro. Incluso una peseta, aunque eso, en aquellos años, eran palabras mayores, porque con una peseta se podían hacer muchas cosas.

Pero nunca tuve un tren eléctrico como algún que otro amigo de padre más pudiente. Así que no es de extrañar que, cuando ya más mayor, en realidad casado, nació mi primer y último hijo varón, cosa que aconteció la tarde de reyes, me convencí de que esto no le iba a pasar a él, y aquella misma tarde noche me fui a la tienda y ‘le-me’ compré un tren. Un flamante Ibertren de escala N que en aquél momento era lo más asequible y con posibilidad de ser adquirido en León.

Digo que ‘le-me’ compré porque, claro, en realidad fue la disculpa para que yo tuviera el anhelado tren de mi niñez, oscuro objeto de deseo infantil que reconozco.

Claro que la cosa no paró ahí. Seguí ampliándolo, me suscribí a las revistas de ferrocarril que pude, francesas porque en España no había otra cosa, me empapé de todo lo que venía a mis manos en esto del ferrocarril, sacaba documentación y hasta conseguí que me regalaran una gorra de jefe de estación y alguna que otra cosa más. Aún recuerdo las páginas de esas revistas que hablaban de las pruebas de un tren de alta velocidad que se estaba construyendo en Francia por la SNCF (nuestra Renfe de aquí). Es más: aún guardo, no sé donde, una fotografías de cómo había quedado un tramo de vía después de pasar aquél tren de pruebas: hecho un higo.

Así que seguí con los trenes, los vagones, las vías, las maquetas y hasta los manuales de circulación, pues un tren en miniatura funciona de la misma manera, sin pasajeros y sin tener que pagar billete, pero con los mismos protocolos. De hecho, si uno ve los cuadros de mando de las macromaquetas, alemanas sobre todo, no difieren demasiado.

Incluso inicie el montaje de una maqueta empezando por la estación central en un apartado de la oficina.

Y en esa oficina, por cosa así como semiprofesional, tuve contacto con un buen amigo, ferroviario él, que al ver por donde andaba en eso de la maqueta me preguntó si conocía la Asociación de Amigos del Ferrocarril, de la que, en efecto, había oído hablar, pero no mucho más, pues suponía, equivocadamente, que eso era algo de ferroviarios y demás personas aledañas.

Pero no era así: ferroviarios sí, pero también otras gentes variopintas que nada tenían que ver con la Renfe, los talleres y demás, sino que, simplemente, eran forofos del tren. Como yo.

Eso fue en junio de hace una buena pila de años, y en octubre ya había conocido a unos cuantos socios que con más ganas que medios, pero mucho entusiasmo y más moral que el Alcoyano, habían puesto en marcha la Mikado, coches, la locomotora inglesa… un material que estaba perdiendo y que en otro país cualquiera habría dado lo que fuera por tenerlo.

Allí, en aquél año, tuve la suerte de poder participar en el tren de los Reyes Magos, como simple espectador, que se ponía en marcha para traerlos a León, a la vieja estación, la de la marquesina.

Y allí me enteré de lo que había que hacer, más bien lo que hacían aquellos que lo manejaban, levantándose a las 5 de la mañana para calentar la caldera y tener a punto la locomotora para a media tarde recoger a los Reyes en la estación de Quintana, para luego llegar a León donde esperaban, cómo no, niños y mayores.

Todo eso sin contar con la pelea con la administración para poder poner la Mikado y los vagones en circulación, pues ya empezaban las trabas administrativas, esas a las que tan aficionados se han vuelto nuestros políticos.

Pero bueno, había ganas, y todos, unos en un campo y otros en otro, ponían su granito, y así se pergeñaba el Museo del Ferrocarril al socaire de todo lo iba a ser el plan de renovación del espacio ocupado por vías y naves, el más conocido Plan León Oeste, con la nueva estación, la conexión de Lancia, el Palacio de Congresos y un buen montón de edificaciones, incluidos hoteles y servicios tanto de Renfe como de la ciudad.

Y yo no sé si ha sido un virus (como los que afectan a los ordenadores), las trabas burocráticas, la crisis, o vaya usted a saber, el Tren de los Reyes se fue al limbo, y luego, no mucho después, los propios Amigos del Ferrocarril entraron en una situación de difícil explicación.

La actual Directiva, que está formada prácticamente por los mismos que antes se movían con aquellas ganas e ilusión, ahora permanecen en estado de hibernación. O algo así.

En el año 2017 se cumplían los 25 años de la Asociación, sus bodas de Plata, un buen motivo para aparecer en los medios reivindicando a la administración ayudas y colaboración, sin olvidar que, de alguna manera, el patrimonio que la asociación tiene, sea conocido por los leoneses que, en estos momentos, seguro estoy que no tienen ni idea.

Y no vale decir que esto o aquello no es posible llevarlo a cabo, porque ese ‘esto y aquello’, otras asociaciones sí que lo han podido realizar.

Es verdad que lo que es el entorno de las instalaciones de Renfe ha sufrido unos cambios importantes, pero es precisamente por eso que hay que aprovechar el momento, pues, de lo contrario, se terminará perdiendo ese patrimonio y con ello la Asociación.

Y no es por falta de ganas de los socios, desde luego de bastantes socios, el que no se hayan ni tan siquiera celebrado esos 25 años además de otras actividades que revitalicen la Asociación.

Quizá por eso, por esta situación de marasmo, ese grupo de socios han pedido la renovación de la directiva, sin que ni siquiera eso ha servido para moverla: ni actividad ni convocatoria de nuevas elecciones.

Y no se sabe el porqué. ¿Alguien lo puede explicar?

Porque, de seguir así, se hará bueno el dicho de siempre: «Entre todos la mataron y ella sola se murió».

Y es una desgracia que se muera.
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