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Donald Trump: truco o trato

23/11/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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A Iglesias Turrión le molesta que lo comparen con Donald Trump. Tiene motivos: Trump podría ser boxeador; Turrión, a su lado, es un enclenque. Otra cosa es el tono, su idea de la democracia, la endogamia populista. El magma, el viento de cola que los empuja. Los independentistas catalanes, en cambio, se alegran del triunfo de Trump. Todo es bueno para el convento. Lo ven favorable a su causa incausada. Tanto da si por sí como si por no: California piensa en su proceso de independencia (Calexit lo han bautizado). Los catacalifornianos no quieren pertenecer a la América de Trump. ¿Y si dentro de cuatro años vuelve un demócrata negro o una mujer rubia a la Casa Blanca? La vida es breve, pero hay decisiones que son para toda la vida.

A mí, de todo este embrollo psicosociológico americano lo que me llama la atención es ese 51% de votantes que no han votado. Más de la mitad pasan de las urnas, por más algaradas televisivas, mediáticas y marcianas que se monten a su alrededor. Si pasan debe de ser porque están convencidos de que tanto da ir a misa como repicar las campanas. Este sí que es un problema. Y otra anomalía: el ganador gana con menos votos que el que pierde (casi medio millón). Hay aquí una contradicción inquietante: en el territorio de los Estados vale eso de «un ciudadano, un voto», pero en el territorio nacional, el voto de unos ciudadanos vale más que el de otros. Territorio o nación, ¿les suena?

Otra duda: ¿Es verdad que muchos norteamericanos se han vuelto de pronto machistas, xenófobos y antisistema? No lo creo. Si Trump ha despertado a la bestia es porque el dinosaurio ya estaba ahí. Y no habrá muchos más fanáticos ahora de los que había antes de su llegada. Trump no ha tenido más votos que los anteriores candidatos republicanos que perdieron las elecciones. Así que no parece que haya habido un cambio sociopolítico significativo. Lo que ha sucedido es que Hillary ha perdido más de 5 millones de votos, y 10 respecto al primer Obama. Más que ganar Trump, la que ha perdido, y por muchísimos motivos, ha sido Hillary.

Otra reflexión: parece que en política «lo que no mata engorda». Todos los ataques de los medios (sólo un 1% de los grandes medios le apoyaron) se volvieron a favor de Trump. Hillary recibió apoyo de los medios (y de actores, cantantes e intelectuales), lo que seguro animó a sus partidarios, pero, paradójicamente, esto amplió y reforzó a los partidarios de Trump. Hay aquí un peligroso efecto colateral: cuanto más se ataca a un populista, deslenguado y matón como Trump, más se le refuerza y exalta, más fuerte aparece ante sus posibles seguidores. Los ataques personales tienen ese problema: o estás dispuesto a ir más allá que tu contrincante, o pierdes; pero si te pasas, puedes darle a tu enemigo la baza del victimismo conspiranoico. Callar tampoco sirve si eso supone aparecer como más débil. Hay que entender estas contradicciones para comprender a los populistas, sean de la ideología que sean: separatistas, chavistas, podemitas o lepenistas.

Frente al malvado Jack O’Lantern (estamos todavía en Halloween), es preferible el trato al truco. Para vencerlo hay que darle unas golosinas (treat) mientras se prepara el modo de derrotarlo (trick). Si te dejas llevar por el miedo, conviertes su triunfo en victoria. Lo peor con Trump y con todos sus homólogos, es transformar su triunfo en una victoria ideológica, política, moral y psicológica. Lo peor de una democracia es convertir un poder delegado en un poder entregado o perdido. Lo fatal es la mitología del triunfo, la exaltación del vencedor. Que alguien gane las elecciones despertando los sentimientos más turbios del ser humano (el miedo o el odio al otro, ya sea negro, mejicano o rico, por ejemplo) no debiera sorprendernos; lo que sí debería preocuparnos es el culto que luego le profesamos, el lugar simbólico en que lo colocamos, ya sea por admiración, miedo o desprecio. ¿Que ha triunfado el racismo, el machismo, el fascismo? No. Para que de verdad triunfe, el mal necesita de nuestra colaboración, o sea, que sobredimensionemos su triunfo y, paralizados, dejemos de confiar en la razón, la democracia, la colaboración y la libertad.
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