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Dolidos, pero serenos

27/07/2020
 Actualizado a 27/07/2020
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«Dolido, pero sereno» se declara el rey emérito Don Juan Carlos de Borbón, ante la lluvia de problemas que le está acarreando su trato con una tal Corina, con la que, al parecer, le unió en tiempos una gran amistad que le llevó a compartir pingües rentas ocultas al fisco. Dolido, pero sereno, debió morir, a la edad de 87 años, el gran escritor Juan Marsé, el catalán que vivió marchándose siempre de todo: del PC, de la ‘Gauche divine’, del Catalanismo, y hasta de la realidad. De la gran literatura, no.

«Dolido pero sereno» equivale al cazurro-leonés «jodido, pero contento», que solemos usar cuando no nos encontramos mal del todo, aunque bien quisiéramos gozar de mejor fortuna. Pero, vayámonos al escritor recientemente fallecido, quien, para empezar, no se llamaba Juan Marsé. Como nos recordaba Carles Geli, en Babelia del 20.6.20, se llamaba Juan Faneca Roca en realidad, niño que fue adoptado por el matrimonio Pep Marsé y Alberta Carbó, al quedar huérfano de madre y que, al ir creciendo, su padre adoptivo lo metió en el negocio de la joyería familiar de Barcelona como orfebre. Pero pasó que por entonces en Barcelona vivían todos aquellos miembros de la llamada ‘Gauche divine’ (Barral, Gil de Biedma, Vazquez Montalván, los Goitisolo, etc) con los cuales trabó mistad, y eso lo situó como ‘Pijoaparte’ un paria en medio de aquella tan alta y noble, e intelectual, clase media. Pero, hubo de pasar una temporada trabajando en París y, como era de precepto entre los aspirantes a intelectuales del momento, se afilió al PC del eurocomunismo. ¡Oh! ¡La imagen mítica del Che Guevara barbado y con el puro en la boca! De ambas cosas desertaría pronto, así como del catalanismo del padre de adopción.

«La patria que me proponen los nacionalistas es una carroña sentimental». «Los que hicieron la transición nos robaron y adulteraron el pasado». «El pasado no acaba de pasar nunca». «Los de la ‘gauche divine’ son unos petulantes». Así pensaba aquel que, conviviendo con la flor y nata de la intelectualidad local, no quería renunciar a mantenerse firme en su posición independiente y libre, ni dejar a un lado nada de lo que le dictaba su libérrima inteligencia de escritor en castellano y traducido a todas las lenguas cultas. Cuando le hablaban de dejar de escribir, decía: «¿Dejar la literatura? Sería como cambiar de tumbona la última noche del Titanic».

Dolidos, pero serenos. Jodidos, pero contentos. Así ahora con esta pandemia que a muchos terminará por madurar de repente. A los viejos, no. Que ya somos inmunes; o asintomáticos. También eméritos. Aunque sin din ni don.
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