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Doblan las campanas

19/12/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Los pueblos se mueren, se están muriendo. Tocan las campanas a muerto por los pueblos. Nadie está haciendo nada para remediarlo. A lo sumo una lágrima melancólica por el duelo. Viví la infancia en la casa de mis abuelos. Allí crecí jugando. Tan cerca de la iglesia estaba, que el tiempo, la vida, se medía por las campanas del reloj de la torre. Y la muerte también, por el tañer lento y prolongado, espaciado y fúnebre del toque de difuntos.

Los pueblos se mueren. Primero cerraron las escuelas. No había niños a los que enseñar. Con ellas murió también la figura esencial del maestro de escuela. Tocaron por ellas las campanas. Nadie las escuchó.

Los pueblos se mueren. Después de la escuela, echó el cierre el bar del pueblo. No había jóvenes que lo hicieran rentable. Sólo viejos que, con el café de la partida, echaban allí toda la tarde. Tocaron las campanas por los bares cerrados. Hubo quien lloró. Un pueblo sin escuela ni bar que le den vida agoniza, entra en estado terminal. Los más afortunados siguen recibiendo la visita diaria del panadero y de la furgoneta tienda de ultramarinos.

Hay noticias que son la metáfora perfecta de la trágica realidad. Un pueblo de Ourense, Chandrexa de Queixa, ha reabierto su escuela, cerrada desde el 2008. Pero no echen las campanas al vuelo. Ha reabierto con un nuevo uso. La han convertido en tanatorio municipal. «Un servicio fundamental y básico en los pequeños núcleos rurales». Dijeron los políticos en la inauguración. «Con el objetivo de que la ciudadanía gallega tenga unas excelentes condiciones de vida, con independencia de su lugar de residencia». Añadieron y tan anchos quedaron. El poeta John Donne escribió: «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti». Cuando mueren los pueblos, todos morimos. Cuando queramos hacer algo, será tarde. Sólo nos quedará el llanto y el rechinar de dientes.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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