Divinos comediantes: Pereza

Marina Díez coordina esta sección de LNC Verano en la que participarán diferentes escritores leoneses en un repaso por los pecados capitales

Conchi Hernando
03/08/2021
 Actualizado a 31/08/2021
| MARCELO MOBT
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Veo gente corriendo sin parar.
Persiguen el ejemplo de los diligentes: César, Eneas, la propia María...
Sin embargo, las almas que pagan su culpa mientras corren,
también lloran;
penan porque su amor fue lento en adquirir el bien.
"Benditos sean los que sufren, pues serán reconfortados".

(Mateo 5:4)

Eso intentaba yo, reconfortarme. Hasta que me interrumpieron. La verdad, no es justo que le fastidien a una los ratos de ocio placentero. Claro que, en mi caso, como vivo inmersa en el ocio... ¡Pero da igual! ¡Sigue sin parecerme justo!

Terminaba de acomodarme cuando sonó el teléfono. Por supuesto, no me inmuté para contestar; lo había olvidado en la otra esquina del sofá. Preferí continuar soñando figuras con las nubes de humedad que han aflorado en la techumbre. Bah... ¿Para qué pintar ni arreglar las tuberías? Yo mantengo otro tipo de estética. Como la de las telarañas, que relucen cual visillos plateados por detrás de las contraventanas. Son tan lindas esas bolitas de azabache y patitas largas que cruzan, a veces, hacia el calor de las esquinas... Aunque, en mi casa, mucho calor no hace. Y no me importa. Desde que se estropeó la calefacción, atravieso los inviernos enroscada en una manta eléctrica, ¡y tan campante! Eso de la fontanería da tanta pereza...

Retomando, que reposaba yo tan a gusto bajo mi manta, cuando escuché el móvil. En principio, dudé en dejarme caer de lado y apoyar la oreja pegándola sobre el aparato, sin necesidad de sujetarlo con las manos, pero no me apetecía estirarme tanto. Así que no lo cogí. Y el timbre siguió chillando hasta que se aburrió –o se agotó la batería (no suelo acordarme de cargarlo)–. Por fin, ya sin extorsiones, en el justo momento en que regresaba a mi espontánea y creativa imaginación, ocurrió el suceso...

De pronto, una de las nubes se desprendió, cayó brutalmente sobre mi cabeza y, a continuación, como si se tratara de una aspiradora, me succionó, ¡con manta y todo!

Y con este aspecto me presento ante usted, obligada. Por rumores, me percaté a mi llegada que me acusaba de espíritu lento. Y eso molesta. Con sinceridad, no es correcto presionar así a las personas.

Entiéndame, que no me enfado ni pido explicaciones, que todo eso es muy cansino; pero si desea comunicarse conmigo, haga el favor de acercarme el aparato en vez de estamparme un trozo de techo en la mollera. De veras, nunca supuse que fuera a morir de esta forma. Y comprendo que intentaba avisarme; pero ya me conoce. ¿Por qué utiliza métodos que sabe de antemano que no funcionan? Es usted un poco brusca.

Aunque..., bien pensado..., me ha ahorrado el cansancio de fenecer por mi cuenta. Si es por mí, me quedo en la tierra per secuela seculorum. Por no moverme, no pillo ni una enfermedad. ¡Qué agotador eso de quejarse todo el día!

Lo mejor ha sido lo de la aspiradora. No he precisado del mínimo esfuerzo; usted se ha encargado de todo. Se lo agradezco, en serio. Y se lo agradecería más si me prestara un cojín para acoplarme mejor a la silla, que no soy de aguantar mucho tiempo con la espalda tiesa. Y ya, si acaso, sigo explicando.

No me gusta andar con argumentos, pero ya que ha sido tan amable, le cuento:
Me instalé en la pereza por puro convencimiento, pues la sociedad en la que nací no ofrecía nada interesante. Al revés, ansiaba engancharme a su cadena de borregos domesticados. Para educarme, declaraban; amaestrarme es lo que pretendían.
Ciertamente, ignoro por qué seres que disponen de un alma similar a la mía, –o sea, humana– persisten sometidos a tantas estupideces sociales. La política, la moda, los convencionalismos... Todo mentira, pura simulación. Solo me lo explico por la necedad que les ciega, motivada por la maliciosa manipulación por parte de... Mejor me callo. En fin, allá cada uno. Ya he manifestado que no anhelo conflictos con nadie.

Miren ustedes: la tierra gira con su marcha; pues yo me traslado con la mía –más bien ninguna–. Mi tarea es observar, cavilar... ¡contemplar desde mi centro! Me deleita tanto la contemplación que no preciso acceder al paraíso para gozar de la divina presencia. Me basta con echar una ojeada a sus efectos: el calorcito de la manta, el sabor de mis opíparos desayunos, el jugueteo del sol con las hojas de los árboles y las cambiantes formaciones blancas del cielo en mis eternas mañanas de parque. Disfruto sin límites de los acontecimientos naturales, por lo que no requiero de ninguna memez artificial para complacerme.

El trabajo, por ejemplo, constituye una estafa, una fábrica de esclavos, un castigo a los soberbios y a los avaros, una perversión que aleja al ser humano del paraíso en la tierra. Y yo, señores, como comenté antes, he conseguido encontrar mi propio Edén.

Acabemos con el esfuerzo. Reflexionemos sobre nuestra propia naturaleza divina y mostrémosla, en vez de exhibirnos con palabrería prestada de eruditos, robada a su vez a otros, para crear entre todos este ridículo mundo de apariencias. ¿Acaso es necesaria tanta parafernalia para percatarse de que la vida, en sí misma, ya es divina? No es preciso desgañitarse corriendo de acá para allá, como advierto en algunas almas, persiguiendo no se sabe qué ni hasta dónde. La única búsqueda fructífera se halla aquí, en uno mismo.

No, señores, no me pueden acusar de pereza espiritual. Al contrario, mi diligencia ha resultado absoluta, puesto que desde el principio de mi existencia descubrí dentro de mí lo que otros tanto se afanan en buscar fuera.

Además, percibo que me han situado en mitad del purgatorio, entre la ira y la avaricia. ¡Bien considerado!, sobre todo si lo que me solicitan es que siga ascendiendo, cuestión que, a mí, les adelanto, no me estimula en especial. Con el cojín que me acaban de proporcionar, tan a gusto. Pero vamos, que si le colocan unas ruedecitas a la silla y la ira me impulsa con uno de sus bufidos, pues yo encantada; verán cómo traspaso a la avaricia, la gula y la lujuria. Será la forma de alcanzar a todos esos que corren. ¡Si prácticamente hábito en el cielo!

¡Ay! ¡Bienaventurados los que van en patinete, porque correrán mucho, y sin cansarse!

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