Divinos comediantes: Lujuria

Marina Díez coordina esta sección de LNC Verano en la que participarán diferentes escritores leoneses en un repaso por los pecados capitales

Marina Diez
24/08/2021
 Actualizado a 31/08/2021
| MARCELO MOBT
| MARCELO MOBT
Me encuentro a mitad de
camino de la vida.
«Nel mezzo del cammin
di nostra vita».
(Salmo 90:10)

Admito que hace unos días que lo sobrepaso por un año… Menudencias. Juraría, sin ser blasfemia, que no me imaginaba paseando por esta oscuridad, y mucho menos enredada por el cuello con dos anillos de cuerda. No me he querido suicidar, tampoco se me ha quemado por bruja, y conservo mi piel brillante, «blanco pared», como siempre. No entiendo muy bien este aire que azota mi cara. Es todo muy extraño. Pero mi cuerpo continúa caminando como si supiera hacia dónde se dirige y yo… yo me dejo arrastrar por él, pero no por inercia sino como cumpliendo un mandato.

Debe ser un mal sueño. Me he cruzado con Dante, Virgilio, Celestino V y veo al fondo una barca con una figura que se asemeja a los grabados de Caronte. Imposible. No puedo estar muerta. ¿Esto es un purgatorio?

Subo a la barca, cruzo por un mar de almas en el que se percibe un dolor cruel y muchos gritos de desesperación. El espectáculo que percibe mi mente es dantesco. El transporte se detiene y piso tierra firme. Con solo poner un pie en ella uno de los anillos de cuerda de mi cuello desaparece. El aire cada vez es más intenso, podría volar si mi cuerpo no se resistiera haciendo fuerza hacia el suelo. Averroes, Avicena, Homero, Ovidio, Sócrates, Platón, Aristóteles... Madre mía, ¿habrán llegado mis escritos a tal conocimiento en la Tierra como para estar a su lado? Juraría que ese de ahí parece un cesar. ¡Ostras, no! No es que lo parezca, ¡es que es Cayo Julio Cesar! Menudo viaje me ha dado la cena, si es que ya sé que debería intentar llevar una dieta más ligera, el caso es que me apetecía tanto esa parrillada… Y la tortilla de picadillo estaba de muerte. Ojalá mañana cuando despierte recuerde todo esto y lo escriba. Es digno de un relato.

Dante me empuja y cruzo una raya, se desprende de mi cuello el anillo de cuerda que quedaba. Creo que es época de huracanes. Tengo que caminar pegada a la pared y cada enviste de aire es más fuerte. Joder, ¡cómo duele! No soy dueña de mis movimientos. Entiendo que estoy centrifugando dentro de una lavadora y en ella también están Cleopatra, Dido, Helena, Paris –ufff, que cuerpazo tiene Aquiles, aunque no se parece en nada a Brad Pitt–.

¿Qué hago aquí? ¿Por qué sueño esto? ¿O no es un sueño…? Espera, estoy en el segundo círculo. ¿Lujuria? ¿En serio? Me he muerto y lo único que se tiene en cuenta para mi juicio es eso. Admito que tengo un blog de relatos eróticos y que escribo novelas subidas de tono bajo pseudónimo. Puede que un poco adicta al sexo sí que sea ¿Y a quién no le gusta disfrutar? No he matado a nadie. Mierda, no tenía que haber cavilado en lo de la cena, ahora me juzgarán por gula, también. ¿Qué es la lujuria sino una gula encubierta? ¿Qué culpa tengo si me rodeé de malefactores carnales que me indujeron al mundo del desenfreno y el disfrute? Era como una droga. No podía parar de disfrutar y solo me saciaba por instantes puntuales. Ese ya debería ser suficiente castigo. Mis últimos días los pasé anhelando un cuerpo que rozara mi piel, unas manos que me dieran placer y que no fueran las mías. Como lo realizaba antes. Y no, no había saciedad ni consuelo. Menos esta noche. Después de la cena, volvió a mi vida. Él, que me enseñó el placer del dolor, de la sumisión, de los juegos en momentos inadecuados y políticamente incorrectos. Que me susurró al oído en el restaurante que me esperaba en el baño, dibujando en mí una mirada perversa y una sonrisa diabólica. Me levanté de la silla y no dudé ni por un momento el acudir a su llamada. Y allí, de pie agarrada a la pared y a su cuerpo, comenzó una noche épica. Me bajé de nuevo el vestido después de subirme las medias y volví a mi mesa, como si nada. «A la salida busca mi coche», me pasó escrito en una servilleta mientras regresaba a la mesa de sus amigos. ¿Qué iba a hacer? ¿No acudir? ¡Si lo estaba deseando! Mañana tendría que madrugar, pero mañana sería mañana; hoy era toda suya. Qué larga se me hizo la cena. Intentaba escuchar a mis compañeros de trabajo, entender lo que decían, pero mis ojos se iban a él, mi mente regresaba al baño, mis piernas aún temblaban y tenía el corazón muy acelerado. Vi cómo se dirigía a la salida sin mirar atrás, sin buscarme. ¿Me iba a dejar allí? Algo vibró en mí, pero era el móvil: dos toques, el tercero no hizo falta. ¿No es la obediencia una virtud? Yo con él soy muy disciplinada. Me faltaba el aire. Inventándome una excusa absurda hui de la aburrida cena de empresa. Salí al parking y allí estaba, esperándome.

Mientras conducía me quité de nuevo las medias y las bragas. ¡Qué vergüenza de bragas! Si llego a saber que le iba a ver hubiera venido más preparada. Eran de abuela total. «Ponte una braga faja, que estiliza», gracias por la idea, Lucía. Aunque estoy convencida de que a él le daban lo mismo mis vestimentas, lo que deseaba era lo que había debajo. Admito que es peligroso conducir con una mano y, sobre todo, si la de meter las marchas es la que me está dando marcha a mí, pero Leo tiene pericia con el volante. Accedemos a un camino menos transitado y ese es el lugar perfecto, un poco alejado para dar rienda suelta a lo que comenzamos en el baño. Ata mis manos a los cabeceros de los asientos de delante y me abre de piernas, puede hacer conmigo lo quiera. Y lo hace. Le pido que me agarre por el cuello hasta casi dejarme sin aire mientras se entretiene conmigo como si fuera un helado, a lametazos. Me gusta ser su postre. Una luz se acerca a toda velocidad y siento un impacto enorme en todo el cuerpo.

¡Oh mierda! Nos arrolló un camión que se salió de la autovía. Ahora recuerdo todo.  Pero Leo no está en la lavadora, ¿qué pecado más cometería?

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