Dimitri, la 'disco' ineludible

El Dimitri se convirtió en tan solo cinco años de vida en la noche de León (1979-1984) en "la disco ineludible de la gente guapa... y la normal", pero clientes "muy elegantes, muy a la moda"

Carlos del Riego
06/08/2020
 Actualizado a 06/08/2020
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Apenas cinco años permaneció abierta la discoteca Dimitri, de 1979 a 1984, a pesar de lo cual se convirtió en punto de referencia de la noche leonesa. Situada en Santa Nonia, frente a la biblioteca, no era muy grande y tenía forma de U invertida: se entraba por un pasillo que desembocaba en la barra a la izquierda, a la derecha la pista y, a su lado, la cabina, queestaba elevada; el otro pasillo lo ocupaban mesas y sillones. Estaba muy elegantemente montada, todo enmoquetado, con los camareros y portero vestidos ‘a lo clásico’ y con cajera (algo ya inusual); además, repartía tarjeta de socio, aunque en realidad no era precisa para entrar.

Ofrecía dos sesiones, la de tarde de 7 a 9, y la de noche de 12,30 a 5 o 6 de la madrugada… o más. La pista de baile siempre reservaba un tiempo, a veces más de tres cuartos de hora, para el baile ‘agarrao’, el cual tenía un tremendo éxito, puesto que el personal la llenaba más fácilmente que con el ‘suelto’.Entre sus ‘grandes éxitos’ destaca la baladita romántica con arreglo electrónico ‘Words’ de FR David, el ‘Eye in the sky’ de Alan Parson Project, ‘Lady in red’ de Chicago o ‘Lost in love’ de Air Suply. Lo que más funcionaba como ‘llenapistas’ en la hora del suelto era, claro, la nueva ola española, Secretos, Alaska, Nacha Pop, Los Hombres G…, y también grupos leoneses como Cardiacos (que se escuchaba en lo lento con ‘Silencio en el dial’ y en lo suelto con ‘Pánico en el hospital’) y Flechazos. También tenía una canción fija para ‘anunciar’ el fin de la sesión de tarde, el ‘Going home’ de Mark Knopfler. Todo muy ‘ochentero’.

El Dimitri era de visita obligada en las noches leonesas de principios de los años ochenta para la gente guapa, pero en realidad allí se veía todo tipo de noctámbulo. Podría decirse que las pandillas que daban ambiente a gran parte de los locales del centro jamás dejaban de echar unos bailes en Dimitri ni de terminar allí cada noche. La gran mayoría de sus parroquianos siempre iban muy elegantes, muy a la moda, aunque también aparecía gente que no gastaba los exagerados atuendos tan típicos de los años ochenta.

Casi siempre se respiraba muy buen ambiente, ya que la gente iba a bailar, ver y dejarse ver. Sin embargo, una noche se armó una gordísima. Sería la hora de cierre o muy cerca. Nadie sabe cómo pero el caso es que entraron unos auténticos facinerosos que, al poco rato, ya había empezado a repartir leña. Tampoco se sabe cuál fue la causa ni si hubo provocación, pero de repente empezaron a escucharse grandes voces. Los tipos (que al parecer acababan de salir de la cárcel) pegaban a quien tuvieran al lado, sin mirar más ni preguntar. Como algunos clientes hicieron ademán de hacerles frente, los rufianes pegaron su espalda a la barra, la cual estaba llena de los vasos que los camareros recogían de las mesas, y con una velocidad que parecía ser producto de un intenso entrenamiento, cogían un vaso y lo lanzaban a una cabeza, y medio segundo después otro, y otro…, debieron disparar más de cien proyectiles de vidrio en un minuto. El caso es que, durante su vuelo, los vasos de tubo desprendían su contenido: restos de bebida, rodajas de limón, cubitos…Alguien gritó a los presidiarios que ya habían llamado a la policía, pero ellos se rieron y contestaron que les daba igual, que tenían tantos o más amigos dentro que fuera… Cuando se fueron se hizo el balance de los daños, que incluía muchas contusiones, golpes y cortes que llevaron a más de uno al hospital (los más perjudicados quedaron ingresados). Cuando por fin todo terminó, la noche se alargó hasta que salió el sol, ya que los que habían estado allí no dejaban de comentar a pesar del mal rollo y el mal cuerpo que la bronca les había dejado: cómo un vaso le pasó rozando, cómo otro le tiró un cenicero o cómo uno de ellos intentó darle con una silla…, ¿o era una mesa? Difícil era determinarlo entre la penumbra, las voces y lo apurado de la situación.

Pero aquello fue una excepción. Jamás fue el Dimitri otra cosa que una discoteca del centro en la que bailar, cantar a voz en grito, charlar, encontrarse con la ‘basca’ y exprimir la noche (o la tarde) sin pensar en otra cosa que la diversión. Sin embargo, quienes estuvieron allí aquella noche jamás podrán olvidarla, seguro. Entre otras cosas por inusual.
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