Día internacional de la diversidad funcional (¿Discapacidad?)

Miguel A. González Castañón / Marimar Álvarez / Alejandro Calleja
03/12/2016
 Actualizado a 19/09/2019
La discapacidad (diversidad funcional) tiene su origen en las prácticas sociales, no en la falta de inteligencia o en la ausencia, más o menos acusada, de determinadas estructuras corporales, ni en el conocimiento científico al que la sociedad asigna valor de verdad. La discapacidad no existe si no se la pone en práctica. Podemos superar la discapacidad sin necesidad de terapéuticas especiales, sino a través de las prácticas cotidianas y de la consideración que tenga la sociedad sobre la persona con la supuesta discapacidad (diversidad funcional).

Mientras sigamos hablando de discapacidad en vez de hablar de diversidad funcional; mientras una mayoría de gente siga sintiendo pena por los discapacitados (diversos funcionales); mientras el «etiquetado» social de las personas con discapacidad(diversidad funcional) los considere como individuos con un «estatus especial negativo»; mientras los discapacitados (diversos funcionales) sientan que las mayores barreras no son los edificios inaccesibles, ni sus propias restricciones sino el tratamiento diferente que les otorgan las personas ‘no discapacitadas’; mientras muchos educadores y padres se refugien en las etiquetas como la causa de la discapacidad (diversidad funcional); mientras los niños discapacitados intelectuales (diversos funcionales) estén horas y horas en clase ‘pintando el pollo de amarillo’, por la falta de capacitación pedagógica del profesorado; mientras se hable de «Educación especial»; mientras la sexualidad del discapacitado (diverso funcional) sea un tema tabú; mientras los padres sufran la angustia de pensar «que será de mi hijo cuando yo falte»; mientras siga habiendo otros miles de mientras, aunque las leyes sean claras y precisas con los derechos de los discapacitados (diversos funcionales), seguirá habiendo discriminación, marginación y exclusión.

Si queremos cambios de las prácticas sociales establecidas se ha de empezar por el análisis de las consecuencias que las están manteniendo y que no son otras que las contingencias de reforzamiento de la conducta de los individuos que forman el grupo y la organización de referencia. Si queremos establecer nuevas prácticas habremos de asegurar las consecuencias que las mantengan. Somos contrarios a la guerra, pero dejamos que trabajen los arsenales; combatimos el alcoholismo, pero las destilerías hacen toda su producción; luchamos contra el analfabetismo, pero mantenemos a los niños y a los adultos en la ignorancia de todas las cosas esenciales; negamos la discriminación, pero nos apartamos del diferente; nos revelamos contra el consumismo, pero pasamos las tardes en las superficies comerciales comprando cosas innecesarias; criticamos a la televisión-basura, pero conocemos cada uno de sus programas; odiamos que nos rechacen por alguna de nuestras características, pero rechazamos según nuestros prejuicios, que no son pocos, y así un sin fin de contradicciones rigen nuestra vida personal y social.

Los resposables políticos deberían llevar a cabo las reformas necesarias para crear una estructura jurídica e institucional que asegure la protección de las personas con capacidades diferentes, de forma que estos puedan abandonar los tétricos lugares en los que se encuentran y, consecuentemente, disfrutar de condiciones de vida adecuadas y de las oportunidades que merecen.

También en el campo de la diversidad funcional tienen las asociaciones un importante papel que jugar puesto que la discriminación y la vulneración de derechos sobrevuelan constantemente. Pero en ocasiones corren el riesgo de olvidar esos objetivos para convertirse en meros prestadores de servicios que debería cubrir el estado. Éste, a veces, regula, financia y vigila, cuando no controla y hasta fomenta el asociacionismo con subvenciones, privilegios y favores a cargo de los presupuestos generales del Estado. En el terreno educativo las asociaciones deben reivindicar, con uñas y dientes si fuera necesario, la escuela inclusiva que tiene como objetivo «la eliminación de los procesos de exclusión en la educación que son una consecuencia de las actitudes y respuestas a la diversidad de raza, clase social, etnicidad, religión, género y habilidad» (Vitello y Mithaug, 1998), partiendo de que la educación es un derecho humano básico y el fundamento de una sociedad más justa. Sin embargo, algunas asociaciones montan aulas, cursos y actividades específicas para sus asociados, bordeando o casi cayendo en la exclusión.

Sólo si nos comprometemos a su desestigmatización, a su inclusión efectiva, a un trato de respeto en nuestras acciones concretas en la calle, el barrio, el bar, la escuela o la oficina, seremos capaces de construir un lugar en el que todos tengamos cabida, no a pesar de ser-diferentes, sino gracias a ello. Terminamos con Shakespeare, que dijo «hereje no es quien arde en la hoguera, sino el que la enciende». Si de verdad no entendemos la diversidad de los humanos y si no comprendemos que el sentido global de la vida personal sólo puede alcanzarse propiamente en el contexto de las otras personas, capaces no sólo de determinar, sino también de interpretar el sentido de la vida de los otros entonces, encenderemos la hoguera para que arda cada grupo diferente al nuestro, ya sean los diversos funcionales, las mujeres, los negros, los ancianos, los bajos, los gordos…

Miguel A. González Castañón es psicólogo clínico y orientador. Mari Mar Álvarez y Alejandro Calleja son padres de hijos con diversidad funcional y miembros de Solcom, asociación para la solidaridad comunitaria de las personas con diversidad funcional y la inclusión social
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