27/02/2020
 Actualizado a 27/02/2020
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Hay tres cosas preferibles a otras tres: el día en que se muere es menos penoso que el día en que se nace, un perro vivo es mejor que un león muerto y la tumba es mejor que la pobreza». (Frase de la primera historia de Simbad el Marino, cuento de las Mil y una Noches).

Fuentes bien informadas afirman que estamos a las puertas de una nueva y mucho más dañina crisis económica que las anteriores. Esas mismas fuentes recomiendan a sus amigos y a sus allegados que no pidan créditos, que vendan todos los bienes inmuebles que posean y que procuren pagar toda la deuda que tengan con sus bancos. Esas fuentes, absolutamente dignas de crédito puesto que proceden de la cúpula de uno de los bancos más importantes de Europa, están seguras de que se producirá un cataclismo del que sólo se salvarán, ¡cómo no!, los muy, muy ricos. El resto de la humanidad, la gente corriente, perderá sus empleos, verá congelados sus sueldos, dejará de cobrar sus pensiones o dejará de recibir en su casa la luz, el agua o el servicio telefónico o de Internet. Lo que no saben, todavía, es cuál será la causa, el detonante. Haciendo política ficción, puede que sea la crisis del coronavirus que afecta a China, segunda potencia, (¿o es la primera?), económica mundial, o la guerra de los aranceles que sostiene Estados Unidos con el resto de los países del primer mundo, o, simplemente, el encarecimiento de las fuentes de energía. Lo que es seguro es que pasará.

De ser ciertas las predicciones de estas fuentes bien informadas, la crisis del 2010, cuyo recuerdo y consecuencias todavía padecemos, habrá sido una especie de entrenamiento, un anticipo desnaturalizado para lo que se nos viene encima. Lo que más me jode, lo que más me cabrea, es saber que nuestros dirigentes, nuestros políticos, no hayan sido capaces de aprender nada. Eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra es por todos sabido, claro, pero que no espabilemos es lo que no lograré entender nunca. Todas las crisis, desde la del año 1929 hasta la próxima, que no la última, son estertores de crecimiento de la dictadura capitalista que nos gobierna. Porque después de una crisis viene un periodo de expansión, que el poder utiliza para buscar nuevos adeptos. El Capitalismo es una creencia misionera y beligerante, no admitiendo a otras ideologías, (¿o religiones?), que le hagan sombra. Por eso no duda en alentar guerras y conflictos para acabar con ellas. Y nuevos conceptos como el de la ‘globalización’, que sólo sirve para que los poderosos sean aún más poderosos, y que nos hace vulnerables a cualquier ‘catarro’ que coja alguien en el culo del mundo, haciéndonos partícipes de él, de sus síntomas y de sus consecuencias. El Presidente de los Estados Unidos me parece un tonto a las diez, un arrogante, sin duda, pero hay que reconocerle que ha sido capaz de proteger a los suyos, cueste lo que cueste. Ya me hubiera gustado a mí que los políticos cazurros e ignorantes de León hubieran defendido a su tierra y a sus gentes con la misma vehemencia que él. Bien es cierto que estos pobres no tienen once portaaviones nucleares imponiendo la ‘pax americana’ por el mundo, ni a los F18 que los acompañan, pero si tenían el deber de intentarlo. Volvemos siempre a lo mismo: la minería no era rentable, como tampoco producir leche, ni sembrar remolacha, ni menta, ni lúpulo... Pero tenían que haber defendido a los suyos y no lo hicieron. Se cruzaron de brazos y se quedaron tan tranquilos. Ese ha sido el problema. Ahora hay gente bienintencionada, como el profesor Tomé, que afirma que León es la nueva Detroit. Puede ser... Detroit pasó de ser la cuarta ciudad más poblada de los Estados Unidos a caer hasta la décima octava en menos de veinte años. Sus industrias se fueron y la gente se quedó sin trabajo y sin futuro. Y huyó; como lo ha hecho la pléyade de compatriotas que se han marchado de aquí desde principios de los años setenta. Pero ni la provincia de León es Míchigan ni la ciudad de León es Detroit. Aquí la gente, que ha sobrevivido a todo lo imaginable desde hace más de dos mil años, creciendo y menguando según los avatares de la historia y de la economía, está agotada y se ha rendido. León no es Detroit, ¡qué más quisiéramos! Allí la gente que se ha quedado ha luchado y, no me cabe duda, saldrá adelante, utilizando la imaginación y la cultura como vehículos redentores de la ciudad.A pesar de toda nuestra experiencia, León no sobrevivirá porque no nos quedan fuerzas. Sólo queremos buscar a los culpables; y lo hacemos lejos, cuándo deberíamos hacerlo en nuestro propio portal, en nuestra propia casa. Quizás la próxima crisis nos salve, al igualarnos con todo el resto de país, que también menguará.

Salud y anarquía.
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