15/09/2020
 Actualizado a 15/09/2020
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Primero fue rascando los desperdicios de un cubo de basura, aunque antes ya había coqueteado con el asfalto que le salió al paso, tal vez, de su ruta natural. El oso comenzaba a ser noticia con esas imágenes que alguien capturó temblando, o quizás no, porque, a partir de ahí, se vio en su huella un recurso por encima del miedo. Y comenzaron las visitas con prismáticos a las curvas de la carretera que va de Ponferrada a Villablino. Pasaban horas acechando una imagen que subir a instagram. Bajaron las ventas de peluches y comenzaron a subir las visitas a esas páginas en las que el osito comía ciruelas en un huerto. Pasó de ser el devora colmenas al peludo invitado en el postre de la cena, o de la comida, que dice gracias al acabar y perdón tras eruptar. Miedo entre algunos, entre otros, un cebo en internet…al final,el oso ha pasado de ser un animal salvaje a una imagen. Respetar su espacio no ha sido una opción para los furtivos y ahora tampoco para quien plantea la llamada al platígrado para presumir de haberlo visto. Oso y hombre conviven en el mismo espacio de siempre, en una balanza desigual, pero con una soltura discreta, apacible…él en su montaña de piedra inaccesible, los demás, dentro de cubículos de hormigón calefactados y con gafas para ver, con cierta envidia, como él se desenvuelve moldeable en medio de la roca . La atracción hacia el oso es tan natural como él. Tal vez eso tenga algo que ver con que el oso quiera formar parte de la casa. A él también le atrae el hormigón con esos depósitos de comida a espuertas. Y en la atracción se recortan las distancias, él baja, nosotros subimos. Se retuerce la realidad para acomodarla a los deseos y eso tiene un coste, más o menos alto cuanto más cerca se busque. El atrevimiento y la ignorancia se conjugan para dar a luz situaciones nuevas, peligrosas, y no porque el oso no lleve mascarilla, sino porque falta lo que parece estarse extinguiendo en el humanopor falta de uso, el sentido común.
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