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Desaparecen los grillos, llegan las avispas asesinas

22/03/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Tuve un sueño apocalíptico: abrí la ventana para oír el canto de los grillos y me invadió un zumbidode avispas asesinas. La pesadilla nació de dos noticias que leí el día anterior: están desapareciendo los grillos y saltamontes de nuestras praderas y campos, y una invasión de avispas chinas puede acabar con nuestras colmenas. Se une esta doble catástrofe a la lista casi interminable de desastres ambientales que, día a día, se producen a nuestro alrededor. Para quienes hemos vivido una infancia campestre, inmersos en un mundo de pájaros, grillos y saltamontes, estas noticias son desoladoras. Van desapareciendo los pardales, los vencejos y las golondrinas, las mariposas y los murciélagos, las paleras y los negrillos, las truchas y los urogallos, los ciervos volantes y las abubillas.

Son los efectos invisibles (toda ausencia es invisible) del cambio climático, de la actividad agrícola intensiva y sin control (pesticidas, transgénicos, cultivos exógenos, desaparición de especies autóctonas), de la invasión de la actividad humana, la contaminación del agua, de la tierra y el aire. Roto el equilibrio, ese orden sutil construido a lo largo de milenios de historia humana en contacto con la naturaleza, las fuerzas de la vida acaban irrumpiendo hasta producir tremendas paradojas destructivas como ver a un ejército de avispas asesinas atacando a un enjambre de laboriosas abejas.

La invasora se llama ‘Vespa Velutina’ y es el doble de grande que una abeja, como un minihelicóptero, un dron asesino que se lanza sobre sus primas las abejas y de un mandibulazo destroza a una, descuartiza a otra, hace un bola y se la lleva para alimentar a sus larvas carnívoras. Al parecer llegó en el 2004 desde China a Burdeos, en un carguero, una reina polizón cargadita de huevos. Desde Francia cruzaron sus descendientes los Pirineos en el 2010, y ahora campean por todo el norte de la Península; ya han destruido medio millón de colmenas. Es uno de los efectos de la globalización, que deslocaliza (y enloquece) a las especies, incluida la humana.

Ahora que comprendemos que el mundo es una red interconectada, no podemos evitar el relacionar todo con todo, haciendo válida la vieja teoría asociacionista: podemos ir de una imagen a otra y dar un millón de vueltas a la Tierra adentrándonos por todos sus meandros y reconvecos. De lo cercano a lo que está un poco más allá –el País Vasco o Cataluña, por ejemplo–, y de ahí a la China o la Cochinchina, pasando por la Casa Blanca y llegando a las islas Caimán, donde ya sólo hay caimanes financieros. Después de pasar por Caracas, Berlín y el Vaticano, y antes de regresar a casa, podemos echar un vistazo a la calle Ferraz, donde todavía parpadean las siglas del PSOE a la espera del santo advenimiento.

Todo nos lleva a todo, porque todo se asemeja en algo a todo. Si enmudece el canto de los grillos, ahí está el susurro amenazador de las ‘velutinas’. Si ya no hay saltamontes ni saltipajos por las riberas y los matorrales, ahí están miles de soldados y combatientes asaltando Siria y no dejando piedra sobre piedra. Los campos se siembran de cadáveres lo mismo que las playas de Nueva Zelanda se llenan con cientos de ballenas varadas. La televisión es la máquina que tritura cualquier hecho y hace invisible la verdad: todo se asocia, mezcla y diluye en la pantalla con la misma facilidad con que en nuestro cerebro se conectan las imágenes, o sea, sin ton ni son.

¡Pobre de quien no tenga un punto de anclaje, un rincón de la infancia que le sirva de referencia para no sucumbir al zumbido de las avispas y el frenesí de las neuronas! Algo que le haga ser consciente de que su centro de gravedad está en medio de su pecho, y no en todo lo que cruza o se mueve a su alrededor. Que su centro es su sentir, y que sentir no es lo mismo que emocionarse y menos aún dejarse emocionar con lo que le dicen o le ponen delante de los ojos. Que sólo cultivando su pensamiento y su libertad puede poner orden y calma en su mente, cuyo asalto y conquista es siempre el mayor éxito de los dominadores.

Sólo una mente clara y serena entiende lo que siente, sabe lo que siente e interpreta lo que significa su sentir. Sólo entonces puede distinguir el murmullo que se extingue de los grillos, del zumbido amenazante de las avispas.
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