Del cuaderno azul

23/02/2021
 Actualizado a 23/02/2021
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Siempre hay un pasado que contar y un futuro que desgrana lo que ya rumiaba ese ayer. Y ahora recuerdo con cierto desasosiego que, en una de mis intenciones de perfilar un plan B de «Bida», me di de frente con la posibilidad de entrar en un consistorio para sentar la cabeza de la nómina y que ya no jugueteara más a chocar con mi calculadora de «Vida». Eran plazas de escala menor, sin intención de presumir, pero aseguraban un colchón desde el que descansar el estrés de no saber hasta cuándo. Lo de sangrar por los codos nunca me ha asustado demasiado, porque he roto sus cicatrices cada vez que ha gobernado el matrimonio corazón- cabeza. Ahora tocaba, pensé, que ya las velas iban soplando en contra y ese arrastre tiende a la decadencia más que a la oportunidad. Y me colé por ese agujero. Con unos rotuladores para subrayar y una programación definida, volvía al redil del aula y allí, sin muchos miramientos, cerraron sin pudor los párpados que acababan de desperezarse para agarrarse a lo concreto. «Esas plazas están siempre dadas». Así, sin anestesia, un sopapo en toda la vena de la ilusión, que se secó de repente. Me lo decían quienes vivían de esos ojos abiertos y codos señalados, fuera de toda sospecha. Me resistí a que fuera así, algo tendría que haber cambiado el «efecto 2000» además de la hora en los videos VHS. Pero fue, y con solemnidad alguien incluso se atrevió a escribir en un sobre los tres nombres de los que llegaron a meta. Pleno al tres. Entonces dejé de creer en mi propia inocencia, la misma que ahora quiere sorprenderse cuando un alcalde descubre un cuaderno azul que un predecesor olvidó en un descuido o en un afán de pasotismo. Es la Biblia de los enchufes, con 60 nombres subrayados y encabezados por ¡ojo! Este sí. Es el decreto del dedo y el apellido, patente y coleteando aún para sonrojo de quienes lo utilizaron. Y de nuevo la inocencia hace pedir que muchas hojas se queden varadas en el blanco.
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