Ahí tienes la definición de un pueblo: la puerta abierta, un perro libre y una iglesia con la puerta seguramente cerrada. Ahí tienes la definición bucólica, aquella que buscan –buscamos– tantos que se han decidido a acariciar al perro, entrar en la casa de la puerta azul y ver como aquella iglesia que un día fue el centro de la actividad hoy es el fondo que adorna la mayoría de las fotografías que disparan aquellos que un día cargan el carrete en la cámara y van a buscar los misterios que esconden esos pueblos que han dado en llamar de la España vaciada, lo que siempre se llamó pueblos abandonados pero la modernidad exige rebautizar todo para que parezca nuevo pero siga siendo lo mismo.
(Ya sé que lo del carrete de fotos me delata, pero no más que no salir corriendo cuando el perro se asoma y ladra porque, de momento, no saben hablar).
No olvides al imaginar la vida que encierra esta foto los colores que enseña el monte, no es el espectáculo del otoño pero su presencia nos anuncia que tal vez se acerca el final de ese invierno eterno que nos adjudican y llevó a definir a la provincia de León como aquella que «sólo tiene dos estaciones: la del tren y la del invierno».
La del tren, por cierto, ésa sí que está más cerrada que la puerta de la iglesia.
Y, ya que salió el tema del tren, no es mal día para sonreír al biés cuando Adif (Renfe, pero ya os he dicho que ahora todo se llama de otra manera) anuncia que va a hacer una catas para saber por dónde se escapa el agua que era nuestra y ya no lo es en uno de los mayores robos a tuneladora armada de nuestra historia.
Le llamarán la «deshidratación» de los parajes de montaña y asunto concluido. A ahogar nuestra forma de vida le llamaron «descarbonización» ¡Qué original!
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