Imagen Juan María García Campal

Déficits democráticos

24/02/2021
 Actualizado a 24/02/2021
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Escribir en el día en que se celebra el cuarenta aniversario del último y fracasado intento de golpe de Estado militar en España es como sentirse llamado a la rememoración del hecho en sí, del tiempo pasado desde entonces y, a la par, enfrentarse a la propia edad y a la evaluación de la propia historia. Es como convocarse íntimamente a un congreso extraordinario de uno mismo.

Mas no teman, no les colocaré mi batallita sobre tan triste día ni, menos aún, el devenir del congreso. Seguro lo gana mi yo disidente y entonces ‘¡Lástima de hombre!’ titularía esta colaboración.

No, prefiero acogerme al recuerdo de aquella aciaga tarde-noche y de lo que podría haber representado el éxito del golpe para nuestros derechos y libertades y ceñirme a una breve exposición de las preocupaciones que hoy me asaltan –entiéndanse en la mejor acepción del verbo asaltar: sobrevenir un, unos pensamientos– e inquietan.

Sí, me asaltan e inquietan porque las percibo como ciertos y perjudiciales déficits democráticos en el difícil presente y, lo que es peor, como escuela nada ejemplarizante para los más jóvenes a quienes les tocará sufrir y gestionar sus nefastas consecuencias.

Observo tristemente el que me parece común denominador de muchos políticos sea cual sea su partido y la representación otorgada por los ciudadanos en cualquier ámbito: esa, cada día menos ocultable vocación caudillista o de partido único. Esa cansina costumbre de sustituir cualquier razón argumental por el simple e hiriente reproche. Ese vicioso recurso dialéctico de confundir lo secundario con lo fundamental, de juzgar el todo por la parte, de reducir la controversia política a la abrupta descalificación.

Observo con preocupación esa creciente sustitución del que no es más que un adversario político por la figura del ofensivo enemigo. Con desazón veo la total ausencia de la mínima duda, la soberbia proclama de que cada uno de ellos está en absoluta posesión de la verdad.

Qué duda cabe de que toda política, por democrática que sea, es mejorable. Ay de nosotros si algún día creyésemos que no lo es. Pero la democracia no sólo la conforman los políticos, sino también (no escurramos el bulto) nosotros los ciudadanos. Y quizás a unos y otros nos falten cultura y usos democráticos. O quizá sólo un poco más de educación y de respeto hacia el otro; acaso sólo una recia voluntad de defender y mejorar nuestra democracia. Cómo: democrática y civilizadamente.

Mas, qué extraña sensación tengo de escribir sobre el agua.

¡Salud!, y cuiden y cuídense.
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