Imagen Juan María García Campal

De un otoñar otoñal

22/09/2021
 Actualizado a 22/09/2021
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Tras las crecientes menguas de luz solar, tras la mutación clorofílica y cromática en las hojas de algunos de nuestros protectores amigos los árboles, tras el inicio de su aventar esos secos, pardos volantes que, tapizando sendas, paseos y aceras, son síntesis y dechado del mejor bando o se hace saber, así como del más óptimo anuncio publicitario; tras esos naturales gestos, poco a poco ampliados, ya todos notamos la llegada del otoño.

Llega precedido y rodeado de quejumbrosa fama de época triste. Reputación creada y válida, pienso, sobremanera, por y para los espíritus sedentarios y tristes, por los incapaces de no conmoverse ante él o de mover su percepción hacia la nueva policromía que brindan árboles, bosques y florestas antes de que muchos se despojen de la hoja –esa que nosotros, altaneros, llamamos hojarasca– y se vuelvan, casi en ascética dieta, a su vida, diría yo que interior o introspectiva; o hacia los renovados olores de jardines y praderas, o hacia sus cielos de tenues luces, o hacia los vaporosos reflejos que regala el bajante sol, por no decir hacia los enverados y prometedores viñedos o hacia los húmedos tactos que los árboles en sus cortezas ofrecen, si no reclaman.

Preferir, gustar de los decadentes días de otoño no significa subestimar los de otras estaciones, sino que, tras su plenitud posterior al primaveral renacimiento, cual se tratase de un día en el que, disfrutados su amanecer, apogeo y ocaso, llegada es la hora de su sereno recuerdo y aprecio, de la toma de concreta conciencia de nuestros yerros y aciertos en él como rescate de la calma precisa para enfrentar la noche; ese invierno que atravesaremos arropados con la esperanza de un nuevo día o primavera en la que renacer más peritos y dispuestos a la forja de nuestra mejor humana versión.

Sí, tiene para mí el otoño cierto significado crepuscular, evaluador de los actos en las crecientes y menguantes luces de primavera y verano, esperanzador de la travesía de la noche del invierno.

Cuánto aún por aprender del otoñar de los árboles.

Mas qué pensar de este texto en que me he abstraído mientras ya las niñas afganas han sido privadas de la educación secundaria y por un orgulloso barrio de Madrid han desfilado nazis; mientras natura en La Palma devora viviendas, cultivos e infraestructuras. ¿Habrá merecido pena y gozo escribirlo, firmarlo? No lo sé. ¿O será un mal intento de, como escribe López Alós, una «resistencia del pensar alegre» de este hombre otoñal, caduco?

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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