31/08/2020
 Actualizado a 31/08/2020
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El verano cumple su promesa» reza un verso de Paul Auster. Y, este año, esa promesa, al parecer, debía ser la vuelta a la pandemia como tal. Así que, aquí estamos, otra vez, los niños y los ancianos, acosados por el mal. Y el cronista, ya camino de los ochenta de su edad, prefiere no lamentarse y reflexionar; para lo cualrecurre otro, más anciano y más sabio, Joan Margarit, uno de nuestrosgrandes poetas vivos, que ha publicado un poema tratando de interpretar ese dolor, sabio y anciano, de nuestros seres queridos. Sin ambages, ni florituras, va directo al fondo, que es el dolor, y lo sublima. Dedicado a los muertos por el Covid 19 ‘De senectute’ (De la vejez).

«El amor de los jóvenes no piensa en el olvido. /Manda el futuro, aunque solo brille, /al fondo del cerebro como un charco. /El dolor pone orden, suena como un aviso: /es la bocina del remolcador /que nos arrastra hasta salir del puerto. /Se pagan caros los intentos /de destruir el dolor, porque también /está el amor ahí. /La inteligencia es salvarlo todo./ Que nuestros ojos vigilantes luzcan /con esa espléndida inutilidad./Nunca, sin el dolor,/podríamos haber amado así».

El dolor como caldo de cultivo del amor. Por si alguien alberga alguna duda acerca de la verdadera misión de la poesía, aquí tenemos una respuesta, la de un anciano arquitecto, catedrático de estructuras, para quien el dolor forma parte de su vida, incluyendo la muerte de una hija, y que reúne méritos suficientes para explicarnos lo tal vez inexplicable. Porque la situación que estamos viviendo no resulta fácilmente asimilable para nuestros precarios intelectos. Sin embargo, es nuestra vida, esa «espléndida inutilidad» de nuestros ojos.

Todos sabíamos lo que pasaba en las residencias, pero nos sucedió lo que cuenta Martín Niohemöller (y que se suele atribuir a Bertold Brecht). «Primero vinieron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron a por los judíos , y yo no hable porque no era judío. Después vinieron por los católicos, homosexuales, gitanos..etc… Después vinieron por mí, y, para entonces, ya no quedaba nadie que pudiera defenderme».

Pero los ancianos que murieron sin auxilio, era nuestra reserva de sabiduría y la perdimos. Eran nuestra conciencia y la perdimos. Eran nuestra patria y la perdimos. Y ahora nos quedamos en soledad. Porque, como escribe Antonio Robles, en ‘Equidistantes exquisitos’ a propósito de Annah Arendt: «No hay mayor soledad que pensar sin prejuicios, abandonados, solos, sin el amparo de las creencias, a la intemperie…».
La vejez es la bocina del remolcador que nos arrastra hasta salir del puerto.
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