Imagen Juan María García Campal

De prisas y silencios

04/08/2021
 Actualizado a 04/08/2021
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Cualquiera que haya compartido paseo con este escribidor sabe de mi habitual lentitud al margen de mi zancada, aclaro, casi nunca en movimiento acelerado. De igual manera recordará la de veces que puedo solicitar o pretender su detenimiento a fin de admirar cualquier descubrimiento o nimiedad –para criterios las valoraciones– como un anciano, un niño, un perro, un gato, un gorrión, una flor, una sombra o una luz, así como que, normalmente, soy más hablador durante los paseos –incluso fumando– que en quietud, en la que, al parecer, debo de parecerme a Edwar Hopper, del que su esposa comentaba que «a veces hablar con él es como tirar una piedra en un pozo, excepto que no golpea cuando toca el fondo».

En defensa de mi lentitud, sabiendo a dónde se dirigen todos nuestros pasos, alegaré la máxima, a multitud de autores atribuida, que afirma que «lo importante no es el destino sino el camino o viaje». Entonces, para qué apurarse en llegar.

En cuanto al silencio, pues sí, depende de qué y cómo y, sobre todo, con quién. Nunca me gustaron los interrogatorios y la verdad es que soy, más que celoso guardián de mi intimidad, bien poco interesante.

Y así, estos días en mi Bocamar del alma, no dejo de sorprenderme de algunas cosas que observo desde mi ventana salvadora o en mis relajados ‘terraceos’ junto al mar.

Por ejemplo, la calle que pasa entre el bloque en que habito y la, ahora, ría, no solamente se acaba a quinientos y pocos pasos, sino que tiene la velocidad limitada a 20 km/h y cuenta, a mayores, con varias bandas reductoras de velocidad. Pues bien, no ceso de sorprenderme de la prisa o velocidad con que pasan algunos coches conducidos bien por amigos del salto de banda, bien del zigzag. Podría explicármelo si fuese la primera vez que por el lugar pasan, pero no, a su regreso la mayoría repite su bote o zigzagueo tal que un demonio los persiguiese. ¿De qué o quién huirán, a quién o qué perseguirán? Frente a ellos, me encanta la tranquila morosidad con que pasan la mayoría de naturales y habituales del lugar.

Otra cosa que me sorprende es el pasmoso silencio en el pasear de quienes diría que más convivencia arrastran. Si van solos, pocas veces en amigable pareja, parecen compartir sólo distancia y gesto cabizbajo que, ‘terraceando’, se torna navegación internáutica. Frente a ellos, qué contraste con el cercano pasar y estar de otros, elocuente hasta en silencio. ¿En qué pasado o presente vivirán los unos, en qué presente o futuro los otros?

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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