03/06/2020
 Actualizado a 03/06/2020
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El pasado fin de semana mantuve silencio en la red social que uso y en la que acostumbro, como mínimo, a desear que, junto a mis amistades, buen día hagamos y buen día tengamos y, en estos tiempos de pandemia, que cuiden y se cuiden. A mi regreso el lunes veo que una amiga se alegra de encontrarme y me pregunta: ¿será verdad eso de que necesitamos lavar, no solo las manos, sino el alma, la conciencia, el pensamiento? Y así, sin pretenderlo creo, me regaló tema de paseada cavilación para escribirles a ustedes hoy y, también, contestarle a ella.

Qué duda cabe que debiéramos todos –creyentes, agnósticos y ateos– prestarle mayor cuidado y atención a nuestra alma, ese ente de razón que, enseña el diccionario, en algunas religiones y culturas, representa la sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos y que Rafael Argullol, en su Breviario de la aurora define como «las preguntas que tendrá que responder el cuerpo» y osa añadir este escribidor «con sus actos», pues, si algo nos define por encima de todas nuestras intenciones y potencias son nuestros actos. ¡Ay los actos!

Qué duda cabe que debiéramos todos –agnósticos, ateos y creyentes– prestarle mayoratención y cuidado a nuestra conciencia, esa ‘línea de sombra’ que define el mismo autor en la misma obra antes citada; esa línea, ora recta, ora curva, que nos señala el espejo a poca atención que le prestemos mientras retocamos cada mañana, a la aurora o más tarde, bien nuestra íntima persona, bien nuestro público personaje. Por cierto, ¿saben cómo define aurora? Como «el regalo cotidiano que no hemos hecho nada por merecer». ¿Celebraremos o seguiremos celebrando cada uno de esos diario regalo durante y después de esta pandemia o nos daremos al olvido y correremos amnésicos, vieja el alma y ensombrecida la conciencia, hacia la ‘nueva normalidad’ al secreto grito de ‘sálvese quien pueda’. ¡Ay los espejos!

Qué duda cabe que debiéramos todos –ateos, creyentes y agnósticos– prestarle mayor atención y cuidado a nuestro pensamiento, a nuestra ‘libertad de pensar’, pues como enseña Emilio Lledó: «lo verdaderamente importante es que haya –(tengamos y usemos)– libertad de pensar». Solo pensando, cuestionando en el alma, con arreglo a la más recta conciencia cuanto leemos, oímos y vemos podremos construir nuestra libertad interior. ¡Ay los pensamientos!

Sin estas atenciones y cuidados, sin estos lavados, rayaremos el que Eduardo Galeano llama ‘delito de estupidez’.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. ¡Cuiden, cuídense!
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