De las nieves de Oville a las pirañas de Bolivia

Juan Antonio González tiene sangre de Corcos y Oville. Hijo de emigrantes al País Vasco, está al frente de un proyecto musical en Moxos para niños sin recursos. Regresó a sus raíces leonesas, visitó a la Tía Cari

Fulgencio Fernández
16/04/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Juan Antonio Puerta González y Raquel Maldonado con sus dos hijos, Pablo y Tiara, en la puerta de la casa familiar en Oville. | MAURICIO PEÑA
Juan Antonio Puerta González y Raquel Maldonado con sus dos hijos, Pablo y Tiara, en la puerta de la casa familiar en Oville. | MAURICIO PEÑA
Había nevado en Oville, para mayor emoción de los niños Pablo y Tiara, cuando Juan Antonio González Puerta llegó al pueblo para visitar a la Tía Cari. Venía desde Bolivia, donde ahora vive, con su mujer Raquel, que como los niños iba a conocer a la familia leonesa.

Pronto se supo en el pueblo que habían llegado y fueron pasando por la casa los vecinos. «Los que somos, en invierno hemos estado viviendo aquí seis personas», explica la Tía Cari, emocionada por la visita, mientras empieza a desgranar recuerdos de cuando Juan Antonio era un niño y jugaba por aquellas calles, por las mismas que ahora ha mandado a jugar a Pablo y Tiara, nombre de la niña que en el idioma ignaciano de Bolivia significa Volar. Vuelan por las calles y pronto regresan, Pablo ha resbalado y viene pingando, pero no llora ni se queja de la caída. Como para darnos a entender su dureza nos muestra un dedo de la mano en la que le falta un trozo.

- ¿Y eso?
- Me lo comió una piraña; y sonríe mientras su padre nos explica: «Allí en el poblado de Moxos el agua la almacenamos en grandes depósitos. Pablo metió la mano y de alguna extraña manera se había colado una piraña...».

Mis padres emigraron a Irún, yo soy periodista pero conocí Moxos y dejé mi trabajo, mi vida aquí La tía Cari y Jesús Carlos, su hijo que también vive en Oville, van desgranando recuerdos, viejos recuerdos, de cuando los padres de Juan Antonio decidieron, como tantos otros en los años 50, emigrar al País Vasco, a Irún. Florentino y Patro, de Corcos y Oville, hicieron las maletas en busca de mejor vida. «Yo ya nací en Irún, pero los veranos de mi infancia los pasé por estas calles de Oville, crecí en esta casa de al lado que ahora está vacía, nunca lo he olvidado, lo pasé tan bien».

Juan Antonio es periodista. Trabajaba en el Correo y cuando venían los equipos vascos a jugar con el Ademar aprovechaba para acercarse a Oville, visitar a la familia y contarles cómo estaban, sobre todo Patro, su madre, que es la de Oville, que aún vive. «Pero también de mi padre, que nació en Cistierna y se crió en Corcos, pero sus cenizas al fallecer las trajimos a Oville, porque es como la referencia de la familia en León».

Llega entonces otro vecino. Un hombre que ha trabajado mucho en el pueblo para que siga habiendo vida, actividad, esté el Tele Club abierto en las viejas escuelas y poder jugar la partida... o hacer la cena mensual de todos los vecinos que es una singular tradición de Oville que no quieren perder.

- Tú, por la pinta, tienes que ser de...; inicia Juan Antonio.
- De nadie —le corta—, yo soy un millonario excéntrico que he regresado al pueblo; bromea, para explicarse. «Estaba en un orfanato y me trajeron aquí. Después viví y trabajé en Barcelona, no me fue mal, y he regresado a este pueblo».

Pasé la infancia en Oville, jamás la he olvidado, jugando todo el día por la calleUn pueblo que, como tantos, en verano multiplica su población y en invierno aprieta los lazos entre sus vecinos, que no ocurre en todos. Un pueblo que sigue siendo un referente para Juan Antonio, el periodista que en los años 90 comenzó a viajar a Bolivia, «medio por placer pero aprovechaba para hacer reportajes para el periódico».

Allí conoció una singular obra, la que estaba intentando llevar a cabo la ursulina navarra María Jesús Echarri, en San Ignacio de Moxos, antigua misión jesuítica en la Amazonía boliviana en la época de la colonia y cuya fiesta patronal ha sido declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por la Unesco. «Pero la monja notó que las manifestaciones musicales tradicionales, su inmenso patrimonio, estaban resguardadas por un puñado de ancianos ignorados en su actividad centenaria.

Consciente de que no tenían relevo generacional decidió convocar a unos pocos niños y adolescentes para contagiarles el gusto por la música. Parecía una locura pero lo ha convertido en una feliz realidad: «A la educación musical le acompañó luego el trabajo de investigación de campo, socialización, recuperación y promoción de música manuscrita olvidada y guardada cual amuleto. Miles de manuscritos repartidos fueron copiados en los papeles más inverosímiles». En1996 la Ruta Quetzal recalaba en San Ignacio de Moxos. yMiguel de la Quadra Salcedo obsequiaba a María Jesúscon doce violines y ocho flautas.

Es cierto que el niño, Pablo, metió la mano en los depósitos de agua y una piraña le llevó parte de un dedo En uno de sus viajes Juan Antonio conoció que la monja navarra cambiaba de destino y ésta le pidió ayuda, implicación. El vasco de Oville, que había fundado la ONG Taupadak (Latidos) buscó financiación de municipios vascos y así se dotó a la escuela de sus flamantes instalaciones, inauguradas en julio de 2005, logrando superar aquellos años en los que la monja ofrecía las clases en su propia casa.

Hoy la Escuela (con 300 alumnos) y el Ensamble,que está de gira por Europa y esta semana actuó en León, no solo es el orgullo de Bolivia y, sobre todo, de San Ignacio deMoxos, es una alternativa laboral para los jóvenes de esta comarca de la Amazonía, con poblados indígenas de gente de muy pocos recursos, que han sido expulsados de sus tierras por colonos y especuladores, por otra parte, muy ricos.
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