18/11/2020
 Actualizado a 18/11/2020
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A pesar de los años vividos, uno de los quehaceres que mantengo cotidiano en el continuo proceso de construcción personal –uno nunca está acabado– es el de domar los caballos del temperamento, mis impulsivas reacciones, conduciéndolos hacia el temple y comedimiento en mis otrora rebotes al menor estímulo que me desagradase. Entre las muchas herramientas empleadas están, cómo no, las enseñanzas entresacadas de enriquecedoras lecturas. Tal fue el caso de la frase usada durante tiempo y recordada esta semana, con motivo de la concesión del Premio Nacional de las Letras Españolas a Luis Mateo Díez, y aprehendida de su novela ‘El expediente del náufrago’: «Domesticar la bestia que todos llevamos dentro es parte fundamental de nuestro destino…».

Aun cuando, repito, prosigo en el personal quehacer, bien creo que no solo no estaría mal, sino que sería conveniente que todo micrófono al que se acerque un político atizador de fuegos ambientales llevase esa frase bien visible. Más, si tenemos presente que continúa con una sabia advertencia: «y el modo más razonable de hacerlo es dándole de comer…». Lo digo porque me da que de ardores guerreros seguro que es más que suficiente con los de estómago que produce el hambre y bien sabemos todos, y ellos por obligación pública no lo deben ignorar, que crece desmesuradamente el hambre en esta España o patria tan en vano –y propia conveniencia– nombrada y agitada.

Es tan público y notorio que crecen las colas del hambre, como notorio y público es que cada vez tenemos mayor porcentaje de infancia en riesgo de pobreza o exclusión social. Riesgo en el que antes de la pandemia ya había un 27,4%. Como que según el estudio de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en España 12,3 millones personas (26,1% de la población) ya se encontraba en tal situación en 2019.

Mientras, por este León, si el portavoz de la UPL no ha olvidado ajuste alguno de sus enmiendas al presupuesto municipal para 2020, contaremos con una estatua ecuestre de un rey leonés valorada en sesenta mil euros. Mejor que enaltecer renombres pasados, sería aliviar penas presentes. ¡Ay las patrias de varia extensión! ¡Ay los reyes! ¡Ay el hambre!

Pero tranquilos, yo seguiré preguntándome con Francisco Brines: ¿Cuál es la gloria de la vida, ahora/ que no hay gloria ninguna,/ sino la empobrecida realidad?/ ¿Acaso conocer que el desengaño/ no te ha arrancado ese deseo hondo/ de vivir más?

¡So, caballos! ¡Quieta, bestia!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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