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¿De cortos o de botellón?

18/10/2021
 Actualizado a 18/10/2021
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Hay comentaristas que, como en los pubs, piden el carné para entrar en los debates. Estos expertos te exigen haber jugado de tercera división para arriba si quieres hablar de fútbol; si debates de paternidad no vale con haber sido hijo, tienes que haber comido huevos o para charlar de viajes, necesitas al menos cuatro pasaportes bien decorados con sellos de los cinco continentes y si la conversación se pone épica, casi, casi hasta el de la Atlántida. Eso sin levantar los pies de la tierra, que si la tertulia alcanza cierta cota intelectual, no te da una vida entera para las básicas lecturas, películas, meditaciones o militancias. La tía Erótida resumiría que «hay que haber pasado por ello para saber de lo que se habla».

En el extremo opuesto hay otros expertos que se permiten opinar con vehemencia sobre cuestiones en las que no tienen experiencia alguna o niegan la que puedan tener. Paradójicamente, para la cuestión del botellón, concretamente ‘¿por qué los jóvenes —y no tanto— hacen botellón?’, no se exigen certificados. No se pide haber experimentado la solidaridad de ceder o que te cedan un guante para poder sujetar el cubata en una típica madrugada leonesa, haber compartido tragos con cuatro o cinco grupos de desconocidos diferentes en media tarde o haberle regalado una bolsa de hielos al amor de tu vida.

Yo tengo ese carné y también el de cuadrilla de cortos del Húmedo. Ahora los gastrobares ya no dan cortos—ni de cerveza, ni de sidra, ni de gintonic— y otros lo han readaptado a una caña con una tapa de muchas patatas por dos euros. Pero cuando no había tantas terrazas en la plaza San Martín, poníamos mil pelas, tomábamos diez cortos con sus diez tapinas y así cenábamos y nos templábamos. No se echaba más de veinte minutos en un bar y socializabas con medio León de taberna en taberna. Discutíamos si salíamos de cortos o de botellón. Me da que hoy en esto no hay tanto debate.
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