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Danke schön

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OPINIóN IR

02/11/2017 A A
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Un amigo me dijo un día que le gustaría saber alemán para poder leer a Thomas Mann en versión original. No sé si fue por pedantería, ignorancia o provocado por la ingesta excesiva de zumo de manzana astur. También puede ser que dicho elixir, testigo de nuestra conversación, me hiciera entenderlo mal, pero convivir con una paisana de Pelayo ha conseguido hacerme inmune a la sidra.

Aunque me cueste reconocerlo, ahora creo entender a mi amigo, que me imagino siga seducido por la lengua de la señora Merkel. Me explico. Le estoy dando vueltas a que me gustaría saber escribir una columna, para contar algo que tiene como protagonistas a prestigiosos columnistas y periodistas. Vamos, que es como si mi amigo, estando en primero de la Escuela de Idiomas, se animara a escribir en alemán la segunda parte de La Montaña Mágica.

En situación normal tiraría esta idea a la papelera de los coitus interruptus, pero en esta ocasión y por culpa de Thomas Mann voy a seguir adelante aún corriendo el riesgo de sufrir un gatillazo. Y echo la culpa al Premio Nobel alemán porque hasta en tres ocasiones intenté ascender a La Montaña Mágica, eso sí en castellano, una de las cuales fue paradójicamente mientras veía pasar la vida por tierras bávaras, o mejor dicho, la vida pasaba por mí. Pero ni por esas. Así que asumo la derrota ante Thomas Mann, pero ni una más, por lo que ya estoy sorteando los obstáculos que hay hasta llegar a la cima de mi primera columna.

Siempre he pensado que la mayoría de las comidas de trabajo o de compromisos varios son una pérdida de tiempo, que es lo más valioso que tenemos, aunque en ocasiones ni nosotros mismos le demos más valor que al de una colección de sellos del Fórum Filatélico. Por eso, cuando un día inviertes tu tiempo en la «bolsa del buen yantar» y te das cuenta de que ha sido una buena apuesta, olvidas las nefastas inversiones anteriores, igual que olvidas la secuencia mortificante de noes en tu juventud hasta que un día, no sabes todavía muy bien por qué consigues dar el primer beso, o mejor dicho, recibirlo porque no estás para mucho más.

Pues sí, hace unos días invertí y gané. La verdad es que comidas como la que disfruté recientemente en tierras leonesas deberían ser asignatura obligatoria en las facultades de Ciencias de la Información, porque entre plato y plato escuchas anécdotas y vivencias de personas que han sido testigos directos y en algunos casos, protagonistas de la historia del periodismo y de los medios de comunicación de nuestro país. Pero no sólo eso, ya que además de los compañeros de mantel que eran como los mejores vinos gran reserva, también tuve la suerte de disfrutar del sabor y de las palabras de caldos jóvenes, que se convertirán en poco tiempo en vinos merecedores de 100 puntos Parker. Y es que comer junto a José María García, Raúl del Pozo, Ricardo F. Colmenero, Chapu Apaolaza, Cristina de la Hoz, Jesús Nieto y Cristóbal Villalobos, entre otros, se convierte en una masterclass, mucho más merecedora de ocupar un espacio en LinkedIn que muchos de los cursos y másteres que adornan de manera más o menos acertada tu bagaje profesional.

Así que no me queda más que dar las gracias a Guillermo Garabito y Jorge Francés, cicerones de esta comida e impulsores del II Congreso Capital del Columnismo, o como diría Thomas Mann, Danke schön.

Pedro Lechuga es presidente de la Asociación de Periodistas de León.
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