31/03/2021
 Actualizado a 31/03/2021
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No pasan coches. No es que ningún carguero se haya atravesado como en el Canal de Suez, es que es temprano y no se madruga. No es necesario. Aquí el tiempo está hecho de otra pasta, da más de sí, se estira sin necesidad de tensarlo y no hace falta levantarse antes que los pájaros.

«El tiempo como ingrediente», es uno de los lemas del restaurante Kamín y, de pronto, se me revela el tiempo no como un espacio externo en el que estamos, sino como algo que llevamos dentro, algo así como la gelatina que con paciencia y meneos el buen cocinero sabe sacar del bacalao con la que hacer una salsa deliciosa para las cocochas. Somos el bacalao y el cocinero, la gelatina y el tiempo.

Nos habíamos acostumbrados a un tiempo tan aburrido y dado por hecho como el Derecho Administrativo. Pero cumplir años ha dejado de ser un acto burocrático. Quizás nos hemos dado cuenta de que ese gesto aparentemente infantil de soplar velas tiene lo heroico de la más grande de las gestas, sobrevivir, seguir viviendo. Cumple años Helena, mi mujer –¡Felicidades!– y de regalo vamos a visitar a Amancio González a su taller.

Con las obras de Amancio me sucede algo parecido a lo que me pasa con él, que nunca sé cuándo habla en serio y cuándo me está tomando el pelo, me hacen dudar, dudo de que sean materia inerme, que no estén vivas. Incluso en la rotundidad de la materia que se muestra basta y sin vergüenza de ser, no me sorprendería nada que al instante se movieran y emitieran un grito, un gemido, un gruñido, un llanto. En las creaciones de Amancio late la vida en su interior, aletea, como las alas dentro de un caparazón que se esfuerzan para romper la cáscara.

Son seres semejantes a nosotros, pero todavía titánicos, primitivos, que conservan lo primero, lo básico, el elemento puro de la vida, que no es otro que el esfuerzo. Sí, en las obras de Amancio encuentro la vida como agón, como lucha, como competición.

En las familias, en las escuelas nos entrenan para competir, igual que a perros. Hemos olvidado cómo vivir. Competir no con los demás, ni siquiera con uno mismo. Nuestra competición es contra el tiempo y pese a que sin duda saldremos derrotados, la vida tiene la belleza del último corredor de la maratón que entra en el estadio, tambaleándose, exhausto y cruza la meta con su último aliento. A nadie se le debe exigir ganar, sólo que exprima sus fuerzas, que no deje nada.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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