08/06/2022
 Actualizado a 08/06/2022
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De todos es sabido que el Diablo es maestro del engaño y que tiene siempre a mano la máscara propicia para hacernos caer en la oscuridad de la mentira. Su ardid es el disfraz y vive feliz su mejor carnaval desde que encontró el sutil maquillaje de la estadística. Qué me perdonen mis amigos estadísticos por esta afirmación nada científica.

Leo «el barómetro –un barómetro es la chistera de la que salen todos los conejos– de hábitos de lectura» en España del año 2021 y, en blanco sobre negro –es decir, sin ponerse colorados–, los autores del mismo celebran, objetivamente, que el 65 % de los españoles lee, al menos, una vez al trimestre. Supongo que aquí incluyen la lectura de prospectos de medicamentos, de etiquetas de ropa o la parte de atrás de las botellas de cerveza para saber los grados que tiene.

Siendo un estudio patrocinado por el Ministerio de Educación, que aborrece todo esfuerzo, no es arriesgado presumir que este hábito de lectura del que hablan nada tiene que ver con lo que entendía Quevedo por leer. Para el poeta leer era un retirarse, hallar la paz en el desierto, encontrar el silencio escuchado con los ojos a los muertos, esforzarse en comprender, enmendar o fecundar preguntas y respuestas.

No creo que la lectura sea la panacea para todos nuestros males. Entiendo la lectura como una forma de cultura y por cultura no entiendo ahora una acumulación de conocimientos, más bien, un saber estar y ser con uno mismo, con tu entorno, con tus semejantes, con tu tiempo. He conocido a gente culta que jamás había leído un libro y que, sin embargo, era culta por su forma de ver, de escuchar, de tratar el silencio, de encontrar el momento, por su caminar lento y sin miedo.

Si hoy defiendo la lectura, lo hago porque en este mundo urgente, ruidoso y multitudinario, leer nos abre la puerta a un espacio en el que podemos encontrarnos, a un tiempo en el que no existe la prisa, a una calma que cura el desasosiego de quien va sin cabeza de un sitio para otro como un mandado. Defiendo la lectura como oportunidad de citarse a solas con uno y conocerse. Defiendo la lectura como sentarse a la orilla del río o caminar por el monte sin otra distracción que el sonido del agua, el vuelo de los aguiluchos o el fluir de nuestros pensamientos. Necesitamos aprender a estar solos y no temer el silencio. Leer nos puede ayudar, igual que cultivar un huerto.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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