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Cuestión de fe

24/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Es cuestión de fe que empiece a pintear y salgas a la calle sin paraguas con la previsión de que deje de llover en cuanto andes media docena de pasos. También lo es llevar un par de días con el depósito del coche en reserva y forzar un viaje más a sabiendas de que puede que no llegues a tu destino. Cuestión de fe es comprar unos pantalones que te quedan algo justos con la vista puesta en que dentro de un mes sí entrarás en ellos. Al final tener fe es confiar aunque no tengamos evidencia alguna de que lo deseado se vaya a cumplir. Cuando reflexiono sobre estas cuestiones siempre me acuerdo de mi amigo Rubén Gallego, un sacerdote de los Oteros destinado a la isla de La Palma que tiene un corazón tan grande que los de arriba - no Dios, sino las autoridades eclesiásticas- se están pensando dónde meter porque no entra en ningún sitio. No me extraña que tengan complicado decidir a dónde destinar tan buen músculo cardiaco porque todos queremos a un Rubén como sacerdote en nuestros pueblos. Para muestra, La Palma. No quieren que se lo lleven de allí ni a tiros y ahora que lo conocen piensan sus vecinos de Barlovento en visitar los Oteros para ver si es que aquí en León todos somos como él. Aunque no tienen fe en que así sea porque ya han podido comprobar que Rubén es único y por eso no lo quieren perder. Él me dijo un día que «hay gente a la que es fácil querer y otra a la que es muy difícil no querer». Rubén es de los segundos. Porque no sabe multiplicar los peces ni convertir el agua en vino, no se conoce que haya sido capaz de devolver la vista a ningún Lázaro y aún no ha encontrado la manera de abrir las aguas del Atlántico para volver a León sin tener que coger un avión. En una de nuestra últimas conversaciones me dejó otra gran frase:«Cambiaré las cosas o moriré en el intento… Seguramente». Lo suyo sí que es cuestión de fe y si le dejan, también cuestión de tiempo.
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