Imagen Juan María García Campal

Cuba y los porfiados partidos políticos españoles

17/07/2021
 Actualizado a 17/07/2021
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Sin algunas memorias familiares y una carta con membrete de una sociedad en comandita, dedicada a la importación y fabricación de sombreros, por mí atesorada y fechada en Habana el 20 de julio de 1920, en la que el socio colectivo mayoritario contesta a otra de mi abuelo paterno y, entre otras cosas, le informa del desempeño laboral de su hijo, mi padre, y, sobre todo, sin el recuerdo de la alegre pasión con que éste recordaba sus años de estancia y vivencia en la isla, los muchos cubanismos que en su habla conservaba y su recomendación de que, si podíamos, no dejáramos de visitarla, quizás uno de mis hermanos y yo no nos hubiésemos animado a visitar Cuba en 2003.

Recuerdo bien la ilusión con que viajamos y llegamos y cómo parte de lo encontrado, con mucha imaginación, recreaba exactamente las descripciones de mi padre.

Recuerdo sobremanera la dignidad, la increíble generosidad y gratitud así como la desinteresada fraternidad de muchas personas cubanas; su incomprensible alegría de vivir y muchas más cosas que, poco a poco, vista a vista, escucha a escucha, experiencia a experiencia fueron engrosando el equipaje de respeto, solidaridad y conmiseración hacia ellas y, también, de desilusión política con que regresé, regresamos. En cuántas ocasiones había detectado en ellas la prudencia y temor –miedo podría decir– conocido y tenido aquí en los grises años del general superlativo.

Recuerdo la visita emocionada al edificio en que mi padre había trabajado y cómo se encontraba en obras de remodelación no se sabía con destino a qué; cómo hasta 2011 no supe que se le preveía una función hotelera y cómo a finales de esa década conocí de su inauguración como hotel, es decir, con destino al sector turístico. Así, comprendí una vez más porqué muchos jóvenes ciudadanos cubanos, al margen de la formación universitaria que hubiesen alcanzado, gustarían de poder trabajar en dicho sector como forma de mejorar o dignificar, sus retribuciones con las propinas en dólares o euros.

Hasta aquí la motivación de mi vinculación afectiva con Cuba y su ciudadanía y, por ella, de mi disgusto ante su situación y ante el lamentable espectáculo que los partidos políticos españoles están dando convirtiendo un drama humano bien en piedra arrojadiza bien en arenal en que vararse.

Unos, los de derecha, con su habitual y reductora instrumentalización de cualquier causa –hoy la tragedia cubana– como arma arrojadiza al gobierno de coalición; otros, los de izquierda, incapaces del más mínimo análisis crítico de la realidad más allá de la cierta y vieja, pero no única, justificación de la realidad: el embargo de los EE UU.

No me extenderé sobre la estulticia política de las derechas patrias. No mantengo ninguna esperanza en ellas y vista su preocupante deriva, casi me atrevería a decir que nada mejor se puede esperar de ellas. Yo no, al menos.

Pero sí me preocupan las posiciones mantenidas por las izquierdas llamadas progresistas –la vieja y desorientada socialdemócrata del PSOE y la joven y la resucitada en torno a Podemos e IU– que siguen, cual confesiones religiosas dotadas de fe, dogmas y santoral, sin abandonar ni su melancolía revolucionaria ni su devoción acrítica a muchos de sus ídolos totémicos.

Aun cuando a la vista de procesos históricos no muy lejanos (URSS) y presentes (China, Vietnam, por no mentar Nicaragua o la manoseada Venezuela), aun cuando ambas izquierdas han abandonado la idea de suplantación del capitalismo y se presentan como alternativa gestora y reformista del mismo, me sorprende ver cómo siguen manteniendo su retórica anticapitalista.

Sin un análisis crítico de la realidad histórica y la correspondiente autocrítica y sin un análisis, incluso marxista –«si esto es marxismo, yo no soy marxista», diría don Carlos–, de la realidad presente, estas izquierdas no encontrarán modo de generar adhesiones racionales y emocionales en la mayor parte de la ciudadanía alejada de su tradición icónica y mítica, y parte de la que las sigan lo hará, como ya viene haciendo, como mal menor y, entonces, ya sabemos lo que resta.

Que a estas alturas de siglo tanto PSOE como Podemos mantengan reparos o se nieguen a reconocer que el régimen cubano no sigue ni de cerca los estándares democráticos, no sólo por la ausencia de partidos políticos y elecciones libres y periódicas, sino también por las flagrantes vulneraciones de derechos humanos que, de producirse en cualquier otro país –Hungría o Polonia, por ejemplo– habrían recibido su más rotunda condena, no es hacerle ningún favor ni al régimen, tan necesitado de crítica democrática desde la izquierda progresista y aún menos a su ciudadanía y disidencia, progresista o no.

Leer algunas opiniones personales de dentro y fuera de Cuba en favor del régimen recuerda las soflamas previas a las manifestaciones franquistas de la Plaza de Oriente. Las hay que con cambiar contadas palabras servirían exactamente igual para lo uno como para lo otro.

Cierto que el bloqueo económico establecido por EEUU –23 veces condenado por la ONU– es el más que importante escollo para el desarrollo económico de Cuba, pero que alguien me explique, por favor, este tardío «autorizar excepcionalmente y con carácter temporal la importación vía pasajero con equipaje acompañante, alimentos, aseo y medicamentos sin límite de valor de importación y libre de pago de aranceles», anunciado el miércoles 14 por el primer ministro cubano, Manuel Marrero; o la queja que hacía un defensor interior del régimen por la retirada del consulado norteamericano y con ello la imposibilidad de conseguir visados de emigración a EEUU. ¿Están reconociendo que precisan, al menos, que algunos aspectos del capitalismo sí funcionen?

Como seguramente con la publicación de este artículo muchos expendedores de credenciales me retirarán las de izquierdista y progresista encomendaré mi espíritu crítico al nada sospechoso Antonio Gramsci cuando enseñaba que «La verdad debe ser respetada siempre, con independencia de las consecuencias que puedan seguirse de ella… Sobre la mentira, sobre la falsificación facilona sólo se construyen castillos de viento que otras mentiras y otras falsificaciones pueden hacer desvanecerse». ¿Les sonará? Yo como que lo constato con bastante frecuencia.

Sólo con unas políticas basadas en la verdad y la crítica constructiva la izquierda progresista puede ayudar a Cuba, es decir, a la ciudadanía cubana. Se lo merecen ellas y es hora de que lo haga la izquierda si, de verdad, se quiere progresista. ¿O es que siguen vigentes los dogmas y la ley del embudo?
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