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Coronavirus y comuniones

12/05/2020
 Actualizado a 12/05/2020
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Una de tantas consecuencias lamentables y notorias del virus venido de China es que en este momento la mayoría de los fieles cristianos, al no poder asistir directamente a la celebración de la misa, tampoco pueden comulgar. Y son muchos los que dicen que lo echan bastante de menos y que no se conforman con las misas virtuales, aunque las agradecen. Por eso están deseando que pronto vuelvan a abrirse las iglesias. Pero son también cientos, miles de niños, los que este año están tristes porque, de momento, no pueden celebrar la primera comunión. No cabe duda que tanto para ellos como para sus familias está suponiendo una cierta desilusión, al ser un día tan esperado. Sin embargo la motivación de esta tristeza puede resultar muy diferente en unos y en otros. Los primeros añoran poder recibir la Eucaristía, considerada como una necesidad para alimentar su vida espiritual. Entre los segundos no es difícil demostrar que algunos echan solamente de menos la fiesta familiar con el correspondiente banquete y regalos… Esto se nota perfectamente el domingo siguiente a la primera comunión, pues muchos desaparecen y no vuelven a pisar por la iglesia. Lo cual quiere decir que para ellos lo de menos es poder seguir participando de la Eucaristía. Y no es porque los curas y catequistas dejen de insistir en la importancia de continuar, para que la primera comunión no sea prácticamente la última.

Este año ha sido diferente. Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y, si de verdad sabemos interpretar los signos de los tiempos, de esta situación no deseada también pueden extraerse consecuencias positivas. Deberá haber un antes y un después, otra forma de entender la vida. La gran tentación del hombre actual es la autosuficiencia y el engaño de pretender vivir como si Dios no existiera, o como si no tuviéramos que morir; la obsesión de los bienes materiales y la incapacidad para saborear los espirituales, el pensar solamente en nuestros propios intereses sin importarnos demasiado el sufrimiento de los demás. Es la tentación de vivir siempre con prisas, hiperactivos, sin tiempo para las cosas verdaderamente importantes. Y ahora podemos darnos cuenta de que, cuando se quiere, realmente hay tiempo para todo; de que tenemos muchas cosas que no hemos sabido valorar. Entre otras, todo lo que Dios nos da, incluido su Cuerpo y Sangre. Sin duda este año las primeras comuniones no se van a ajustar ni en tiempo ni en forma a la rutina de siempre, pero podrían ser mucho más auténticas, mucho menos superficiales.
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