Contra el viento del futuro

León estrena su nueva estatua en honor a Alfonso IX en la plaza de Santo Martino

Bruno Marcos
25/04/2019
 Actualizado a 16/09/2019
La estatua de Alfonso IX reposa en su pedestal bajo la lluvia. | L.N.C.
La estatua de Alfonso IX reposa en su pedestal bajo la lluvia. | L.N.C.
Sin futuro a la vista y con serias dificultades para encarar el presente, sin industria ni trabajo, desmantelados los principales sectores productivos, con la montaña destruida, tres grandes valles anegados por embalses, despoblados, arrinconados en el país y en la comunidad autónoma, volvemos a mirar a un mundo de hace casi mil años para consolarnos.
Tapando, muy simbólicamente, el caño de una fuente se ha instalado en el centro de esta ciudad menguante una estatua del rey leonés Alfonso IX de más de seis metros, incluyendo el pedestal, que ha cambiado todo el ambiente popular de uno de los rincones más hermosos de la ciudad, la plaza de Santo Martino. Muy cerca, prácticamente en ella, se hizo años atrás una barbaridad hiriendo al conjunto histórico con las lamentables moscas de Arroyo, su patético Eolo y su unicornio, colgado de un brazo de grúa de obra a perpetuidad.

Ahora se colocan, en vísperas de elecciones, ochocientos kilos de bronce con forma de aguerrido rey medieval de gesto poco cordial, a cuyas espaldas echamos en nostalgias las inquietudes de nuestros retos actuales. No digo que no tuviera méritos aquel hombre para este u otros monumentos, en eso no me meto, sino que hablo de esta estatua y de nosotros, de por qué la hacemos, por qué ahora y para qué. En cierto modo es un monumento a nuestra derrota. Con un arte de otro tiempo y el recuerdo de un pasado muerto esperamos un impulso de ultratumba y lo que hacemos es reconocer que no tenemos fuerzas.

Por otro lado, si —como dicen— aquel rey destacó por ser el primer demócrata del mundo y fundar la Universidad de Salamanca nada de ello se ve en la escultura, en la que en lugar de estandarte, corona o escudo, podía haber llevado un libro o estar en posición de escuchar al pueblo. Lo que se ve en el bronce como alarde estético es el viento, un viento que afecta al estandarte y a la capa pero que no le mueve al rey-estatua un pelo de la barba. Qué duda cabe de que se trata de un viento épico, el viento épico de lo bélico y que la escultura no va a convocar ningunas cortes con el pueblo o sin el pueblo, sino a la batalla.

Es curioso que el rey estatuado dé la espalda al Archivo Histórico, donde tantos nombres de la gente están escritos uno a uno por los siglos, y a la antigua prisión de Puerta Castillo, y que un extraño contraposto torciéndole el gesto —una curva poco praxiteliana— le haga parecer haber perdido el punto de atención en mirar a la basílica y al frente para atender a un lado, a un detalle secundario; esa postura forzada en la cintura aparenta retrotraerle en el avance, como si ya él mismo estuviera condenado a no mirar hacia delante, a no caminar, contra tan fuerte viento de la Historia, hacia el futuro.
Lo más leído