07/02/2023
 Actualizado a 07/02/2023
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Buenos días, ¡qué frío hace! Este suele ser el saludo que das cuando pones los pies en la calle en estos días que, a los mayores, nos recuerdan a los fríos inviernos pasados, cuando uno era niño, o joven, y lo del cambio climático no se conocía o te traía sin cuidado. Esto de avisar con antelación sobre el tiempo que iba a venir con bajas temperaturas y con nevadas de tantos centímetros de grosor, solo con la llegada de la televisión a los hogares, de forma generalizada, y la irrupción del hombre del tiempo, del meteorólogo Mariano Medina como persona autorizada para, con unos medio limitados en las incipientes instalaciones de Televisión Española, advertir a los españoles sobre el tiempo que iba a hacer antes de tomar vacaciones con una cierta garantía, cosa inédita hasta entonces.

En este sentido la radio, aunque era el medio de mayor difusión, nunca tuvo el seguimiento que tuvo la televisión ya que una cosa era escuchar lo que se decía, y otra era ver en la pizarra señaladas con tiza las previsiones, o la meteorología, que para los próximos días se avecinaba según el experto en la materia, cual era el ya archifamoso «hombre del tiempo», Mariano Medina, como si lo que dijera tuviera, para muchos, la consideración muy cercana al dogma de fe, aunque muchas veces, a toro pasado, no hubieran sido lo mismo la previsiones que la realidad, lo que generaba considerable cabreo entre la ciudadanía que se había visto afectada.

Pero con virtudes y defectos el hombre del tiempo adquirió un protagonismo y fama a la altura de cualquier estrella del momento. Pocos se levantaban de la silla hasta que no salía Mariano Medina en nuestras pantallas. Eso era lo mayor y, generalmente, referido a la totalidad del mapa peninsular porque, en menor escala, muchas localidades cercanas se seguían considerando las opiniones de técnico del lugar o, dicho de otra forma, del lugareño que con un cigarro de cuarterón en la boca miraba al cielo y después de dar una larga chupada te decía: «hoy va a bajar el cierzo» y generalmente no se equivocaba.

Tampoco no se pueden dejar en el olvido aquellas nevadas hasta la rodilla, con heladas seguidas, que perduraban hasta el mes de marzo haciéndose notar en la céntrica fuente de Santo Domingo, la cual parecía una seta gigante aguantando las inclemencias. De lo que se trataba era de ver de qué manera se esquivaba el frío en las viviendas de la manera más económica, sobre todo a la hora de meterte en la cama.

Saco esto a colación, debido a que el pasado sábado me encontraba en la vetusta y afamada tienda archiconocida por el nombre tan familiar y valorada por los habitantes de León y provincia, como son los Almacenes Antoñanzas, y vi una bolsa para el agua caliente de dos litros que me trasladó a la niñez del frío en la cama y que, con la llegada de algo tan sencillo como fue la bolsa de goma (precedida por el simple ladrillo) se pudo combatir el frío de una manera asequible. Al preguntar a los dueños si estas bolsas mantenían aceptación en la actualidad y, con sorpresa por mi parte, me dijeron que se seguía vendiendo mucho. Que razón tenia Luis de Góngora en su poema: «ande yo caliente ríase la gente». Cosa que yo corroboro y recuerdo con cariño cuando te metías en la cama disfrutando de ese calor cariñoso en los pies, que luego se extendía por el resto del cuerpo. Lo del cuplé de ‘Tápame, tápame’ tenía otras pretensiones.
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