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Con un poco de retoque

11/02/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Estoy convencido de que el empleo de herramientas digitales como Photoshop para retocar imágenes reales o que quieran seguir pareciendo reales, y evitar de este modo caer en el pecado de la vanidad o en el de hacer un ridículo espantoso, ha de ser como el maquillaje en las mujeres. Es decir, un poco de cosmética y que haya compostura, sí, por supuesto; pero que en el resultado no se note que no todo es natural… al menos demasiado.

Creo que no se lo he dicho nunca pero ya que hablamos del tema le confieso que Photoshop es una herramienta que me gusta mucho. Y mal está que lo diga yo, pero creo que sin dedicarme profesionalmente a ello, reconozco que me manejo bastante bien con el programa. Un programa que, ya que estamos en el asunto, comencé a utilizar con doce o trece años en aquellas versiones antiguas que ya eran toda una revolución cuando sólo existía el ‘Paint’ de Windows.

Por aquel tiempo, como me gustaba trabajar con el programa, fui teniendo algún libro y hasta recibí algunas clases de un profesional. Y empecé a realizar algunos diseños para fuera, pequeños encargos y colaboraciones. Después, en la universidad, pasamos por encima en alguna asignatura el uso de Photoshop y desde entonces he utilizado todas las versiones. Y ahora, de vez en cuando, veo tutoriales en los que un latino te explica con todo lujo de detalles cómo se hacen cosas que parecen insignificantes pero pueden ser de gran ayuda o para conocer nuevas herramientas. Y muchas veces comparto mis averiguaciones con un amigo que tiene una imprenta porque los dos siempre estamos aprendiendo.

Por eso me chirría la gente que coge por primera vez –o lleva un año usándolo y ya se cree un gurú de la ilustración digital– una versión posiblemente pirata de Photoshop e intenta fundir dos imágenes que no pegan la una con la otra para subirlas a las redes sociales e intentar colársela al público mientras busca aplausos fáciles. Como la que apaña fotos de la Valduerna, le pone el Teleno en unas dimensiones y con tanta nieve que más se parece al Everest que al pico de los Montes de León y se queda tan ancha. Ah, eso sí, muy importante: la firma del autor de la proeza, bien grande.
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