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Con que tienes dos peniques, ¿eh?

15/10/2019
 Actualizado a 15/10/2019
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¡Deme mi dinero, es para la comida de las palomas!, se afanaba en gritar el pequeño Michael Banks en una de las escenas de la memorable película Mary Poppins. Tras aquella inocente acción infantil, el pequeño conseguía, involuntariamente, arruinar el banco en el que trabajaba su padre, y todo ello porque el presidente de la entidad había tratado de obligarle a depositar sus dos peniques en aquel banco.

Ni las embaucadoras promesas de los frutos de aquella inversión, ni la persuasión enmascarada en un divertido tono melódico, consiguieron que el pequeño Michael confiara en depositar sus exiguos ahorros en aquel banco, y ello quizá, porque no hay nada como poder ver, tocar y sentir lo que es de uno…

Sin embargo,la actual concepción de las relaciones económicas, el actual sistema que nos rodea, el absoluto control al que nos encontramos sometidos, ‘obliga’ a la paradójica situación de que una de las cosas por las que más se pelea la humanidad, ni tan siquiera apenas la podamos ver, ni tocar, ni sentir en nuestras manos, traduciéndose en simples números estampados en las pantallas del ordenador, de los cajeros, de las libretas, haciéndonos tener una fe ciega en que detrás de aquellos números exista una enorme sala donde se amontonen y aglutinen billetes y billetes como si de las arcas del Tío Gilito se trataran.

Seguro que a más de uno se le ha pasado por la mente el volver a la concepción ancestral del banco doméstico y retirar todo su efectivo de la entidad bancaria, para después almacenarlo bajo el colchón, en el bote del ColaCao, o para aquellos afortunados con grandes ahorros, enterrarlo en la finca del abuelo, como si del mismísimo Pablo Escobar se tratara. Lo cierto es que esa rebelión económica no sería de extrañar, ante la permanente desaparición de los servicios que hasta hace bien poco ofrecían las entidades bancarias.

Antes se podía ir a retirar e ingresar dinero en ventanilla, a pagar recibos, a hacer transferencias, a pagar multas, impuestos y, en definitiva, a usar el dinero de cada uno con absoluta libertad dentro del horario de la entidad. Parece una contraprestación bastante razonable, si tenemos en cuenta esa fe ciega que se produce tras el depósito de nuestros ahorros en el banco. Pues bien, ahora ya no nos permiten retirar dinero en ventanilla (al menos no cualquier cantidad), ni ingresarlo libremente, el pago de los recibos se encuentra limitadísimo en tiempo, y ni que decir tiene que para pagar un impuesto o una multa casi merece más la pena dejar que llegue el embargo, que tener que pelearse con el cajero para hacer su abono. No pienso tanto en primera persona, que una, aún con sus limitaciones en el mundo tecnológico, más o menos se desenvuelve en esos lares, pero ¿por qué demonios el abuelo o no tan abuelo tiene que saber hacer uso de las nuevas tecnologías? ¿Acaso no ha demostrado suficiente compromiso con el banco dejado allí depositado el fruto de su trabajo? ¿Acaso no merece ese compromiso que se le ofrezcan unos servicios mínimos que le facilite el uso de su propio dinero?

Pues bien, desde un punto de vista legal, me entristece y lamento enormemente tener que trasladar, que poco podemos hacer. El Banco de España ha dejado sentado que «la forma en que las entidades de crédito prestan el servicio de caja se ubica en el ámbito de la normativa interna de cada entidad», lo que es tanto como decir, que pueden hacer lo que les venga la gana.

Cierto es que tal limitación deberá de estar prevista en el contrato de la cuenta en cuestión, y en su caso, de haber cambiado las reglas con posterioridad a la firma del contrato, el banco debería de comunicar la nueva política de forma individual y con carácter previo a cada uno de los clientes.

Existe cierta particularidad para el caso de los recibos emitidos por organismos públicos, pues en aquellos supuestos, el banco no cuenta con tanta libertad, sino que al prestar esos servicios como entidad colaboradora de la Administración, habrá de estarse a lo previsto en el convenio de colaboración entre la entidad y el organismo público en cada caso.

Lo que es evidente es que con la restricción de servicios en ventanilla, los bancos tratan de incentivar el uso de las nuevas tecnologías, evitando así aglomeraciones, esperas y, no nos vamos a engañar…, costes, pues al fin y al cabo todo ello acaba revirtiendo en beneficio de la entidad y en perjuicio del cliente. Contar con nuevas tecnologías no debería de ser una fuente de sustitución, sino un complemento que permita liberar esas colas y esas esperas a quienes hayan decidido subirse al carro de esos avances tecnológicos. No debemos olvidar que los bancos son empresas, y como tal, buscan siempre un beneficio, por lo que se aprovechan de nuestra parsimonia y conformismo como consumidores. Quizá, si hubiera más Michael Banks en este mundo, las cosas cambiarían…
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