Con la vida a otra parte

15/09/2021
 Actualizado a 15/09/2021
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Hay contenedores de plásticos, metales, cartón, residuos orgánicos, vidrio, pilas, medicamentos, desechos peligrosos y no sé cuántas cosas más pues la realidad es que en la mayoría de nuestros pueblos –el secular abandono del mundo rural– hay un par de contenedores, de colores diversos, pues en muchos casos son los que han retirado en las capitales.

– Y si solo hay dos contenedores, de colores difusos, ¿cómo hace para repartir la basura que se genera en la casa?; le pregunta el veraneante al lugareño, buscando una respuesta a sus dudas a la hora de depositar la bolsa de basura.

– Siendo dos es bastante fácil, la mitad en cada uno; le explica, ofreciendo una respuesta que tal vez no sea la que iba buscando pero es la más lógica.

Y es que, a fin de cuentas, tanto contenedor, tanto color, tanto poderío y camiones que meten ruido en la noche tampoco solucionan los problemas de quien se acerca a ellos con ganas de dejar allí lo que ya no tiene sitios entre los utensilios de la vida diaria.

– ¿Dónde se tiran los recuerdos?, ¿qué color es el suyo?, ¿qué día de la semana se recogen?

Se acaba el verano. Se abren los maleteros y cargan en su interior lo que allí cabe para marchar con la vida a otra parte. ¿Qué color le corresponde a esa guitarra que nació en una actividad extraescolar, que aguantó noches a la orilla del fuego en los campamentos de verano, incluso participó en el desembarco en la parroquia de las nuevas músicas modernas para el coro juvenil, le puso sonidos a las largas noches adolescentes a la orilla del río hasta que la luz del amanecer ya no necesita banda sonora...?

La verdad. Ni idea de cuál es su color.
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