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Con la que está cayendo

23/09/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Quiero hoy certificar, y más con la que está cayendo, que ha habido en el clero gente cabal, servicial, lúcida, apasionada, de una generosidad imponente. Unos fueron, al irse, solo una esquela de pago; otros recibieron unas líneas en alguna sección de necrología.

De los segundos, dos nombres, poco conocidos entre nosotros por razón de distancia y de actividad. Anastasio Gil (Veganzones, Segovia, 1946) fue sacerdote secular en Madrid, donde acabó por ser el responsable de la dimensión misionera de nuestras diócesis y congregaciones. La última vez que lo saludé fue en agosto del año pasado, en que estuvo en León con motivo del Día del Misionero Diocesano. Ya había empezado la cuenta atrás para su vida terrena, pero nada desveló entonces. Así era él. Cuando se despidió de nuestro León, dejó colgando su frase preferida: «Y, ahora, a trabajar». Predicó con el ejemplo. No tuvo horas su reloj para contar su inmensa y acertada y meticulosa y apasionada labor de impulsar la animación misionera en España. Como no las tuvo para dedicar a sus amigos. Y a quien fue siempre su Señor. Alfonso Ortega (Águilar, Murcia, 1929) acertó a integrar humanismo (de los clásicos de su especialidad intelectual) y franciscanismo (de su Orden religiosa). Esa suma nos la entregó a quienes fuimos sus discípulos en la ‘Ponti’ de Salamanca. Y la desparramó también por el mundo, especialmente por Alemania (¡su amada y admirada Alemania!), donde falleció hace menos de un mes; no podía ser en otro lugar. Mientras tanto, tuvo tiempo para mostrar y demostrar su exquisita sensibilidad por las armonías éticas y estéticas, en una síntesis entre cultura y fe que deslumbraba, donde nada de lo que era humano le fue ajeno.

De los primeros, todos los que se han ido merecerían nuestro recuerdo. Permítanme que haga memoria solo de dos de ellos. Gonzalo Capellán (Gavilanes, León, 1926) fue el hombre que mejor encarnó en Astorga la fusión de lo tradicional y lo nuevo que representó en su momento el Concilio Vaticano II, traducida a ideas en su docencia en el Seminario y a realidades en su pastoreo en Puerta de Rey. Un referente de buen pastor para el ejemplar clero asturicense. A José Antonio González Morán (Carrocera, León, 1929) lo tengo entre los tres hombres más buenos que he conocido. Siempre sacrificado, siempre realista, siempre esperanzado, siempre apegado a los que no cuentan. De su talante saben mucho en Espinosa, en Cistierna y en la ‘Frater’. Y deberíamos seguir sabiendo todos. ¡Bienaventurados todos ellos, porque… sí!
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