23/01/2022
 Actualizado a 23/01/2022
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Siyo digo que Novak Djokovic fue encerrado en una macrogranja australiana o que Boris Johnson, a pesar del brexit y de otros festejos, se suma a la petición de fondos europeos para la recuperación económica, posiblemente se me tachará de mal informado, de gracioso o, directamente, de confundido. Si además de decirlo lo difundo a través de cuantos medios de comunicación en el mundo son y han sido y éstos lo repiten sin más, es posible que gane algo de credibilidad, sobre todo si se sigue replicando el mensaje con total alegría y banalidad. Y por fin, si esos mismos mensajes, debidamente deconstruidos, se lanzan sin cesar por tierra, mar, aire e internet, seguramente habrá muchas más personas que como yo acaben por casar el puzzle y conformar resultados parecidos a los del comienzo. Esto también es comunicación, pero de la mala, y se lleva mucho en estos tiempos.

Hace una semana, leí por casualidad dos diarios digitales de los cientos que abundan en la red y encontré la siguiente noticia aplicada, supongo, a cada uno de sus ámbitos territoriales correspondientes (siempre y cuando existan ámbitos territoriales en el mundo digital): «Detenido el primer importador de heroína en España y desarticulada la banda, que llegaba a Soria» y «Así se detuvo al Pablo Escobar español, el mayor importador de heroína que hacía llegar hasta León». Los titulares de por sí son gloriosos, pero eso es mejorable. Ahora bien, el efecto sobre los lectores indefensos les lleva a recibir una información perfectamente intercambiable y conformar un tejido final a la carta donde las soluciones comunicativas pueden ser de lo más incierto. ¿Qué es lo importante? Comunicación también, aunque mal elaborada.

Con estos mimbres y poco más cosemos el cesto de nuestra opinión: titulares pintorescos y noticias reiteradas hasta la rendición, poco importa la realidad, la fabricación o el doblez de todo ello. Medios de comunicación que no contrastan y lectores que no leen más allá del impacto. Autismo social.
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