Como si volvieron a casa

La fiel reproducción de mosaicos romanos, que con enorme paciencia realiza el leonés Jesús Antonio Martínez Lombó, ha llegado a lo que podría considerarse su destino más natural, una villa romana, en este caso la Dehesa, de Las Cuevas de Soria

Fulgencio Fernández
13/10/2020
 Actualizado a 13/10/2020
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Hay artistas increíbles —artesano dice él— que caminan en el más absoluto de los silencios. Pero sabes que están haciendo algo.

Uno de ellos es Jesús Antonio Martínez Lombó, funcionario, apasionado de todo lo relacionado con el mundo de la cultura. Un día publica un libro con sus vivencias y también lleva sus ilustraciones, y descubres algo nuevo. Y, de repente, aparecen los carteles de una muestra que se intuye diferente: ‘Mosaicos. Tras las huellas del pasado’ es el título y en la fotografía aparece un mosaico romano, como el del cartel de esta misma página que anuncia esta misma exposición pero ahora en Las Cuevas de Soria, en la que bien podría ser su casa, la Villa Romana La Dehesa.

Son treinta mosaicos, reproducciones exactas, también en tamaño, aunque el autor explica que no son exactas del todo: «Aunque he tomado como modelos mosaicos romanos tanto de la provincia de León, como de España y de fuera de la península, he de reconocer que no son reproducciones exactas de los mismos, ni en cuanto a la técnica, ni en cuanto a los materiales utilizados, tonalidades o escalas empleadas; y es que mi intención era viajar al pasado y a los lugares en el que unos artesanos desarrollaron un arte pictórico con pequeñas teselas de piedra que nos muestran hoy en día sus vidas, sus dioses y sus sueños...», explicaba Martínez Lombó cuando los expuso en el Museo de León.

Entre las reproducciones están la famosa Hylas y ninfas; el mosaico de Los Pájaros de Astorga y otros seis cuadros con detalles realizados en vidrio del Mosaico del Oso y los Pájaros, también de Astorga; de Campo de Villavidel y otros de Almenara Puras, la Villa de la Olmeda, Sevilla, Tarragona y hasta la Franja de Gaza.

Lo que es una evidencia es la enorme paciencia que debió tener para crearlos, día a día, en silencio, en el Monte San Isidro. «Allí, en verano, iba cortando los cristales, uno a uno», después, ya en su casa los pule y los va haciendo, con diversas técnicas, cristal a cristal. «Para los mosaicos de la exposición he empleado pequeñas teselas de opalinas y vidrios opalescentes de unos 6-7 mm de lado adheridas a una base para luego sellar sus uniones con cemento envejecido que realce el andamento del mosaico. Las láminas de vidrio de 3-4 mm de grosor las corto con una rulina adiamantada, pasando a continuación las tiras de vidrio por una piedra para erosionar el filo del vidrio...». Escuchando la descripción del trabajo es más fácil imaginar las horas que le ha podido dedicar, la paciencia necesaria, la capacidad y ver la cara de la moneda. «Hacer este trabajo me obligó a documentarme y así pude ver, conocer...».

Visto así.
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