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Cómo ascender a la Cumbre y cómo bajarla

04/07/2022
 Actualizado a 04/07/2022
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Todos los analistas, o casi todos, coinciden en que la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido un éxito. No se refieren tanto al contenido de los acuerdos, aunque parece que también, sino a la imagen que gracias a ella ha podido proyectar España, y, más concretamente, el gobierno de Sánchez.

Lo que no ha impedido que los socios de gobierno, entre otros, hayan polemizado desde el principio con el asunto de la guerra en Ucrania, y mucho más ahora, con el resultado de la Cumbre de Madrid y con el consiguiente rearme, que tendrá pronto su reflejo en los presupuestos generales. Las discrepancias en el seno del gobierno de coalición no son nuevas, pero Sánchez considera que no se trata de algo tan extraño. Dos almas políticas comparten la dirección de la marcha del país, es cierto, aunque no se trata de dos formaciones gemelas. Y, seguramente, ni siquiera parecidas. Tras las elecciones andaluzas, muchos creen que hay síntomas evidentes de un cierto regreso hacia el bipartidismo. El centro, dicen, vuelve a ser atractivo.

La Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid tiene, en efecto, diversas lecturas. Se conmemoraban los cuarenta años de la entrada de España en la organización, como señaló Joe Biden en su primer discurso. Ese era el motivo principal por el que la Cumbre se celebraba en nuestro país, pero, a la postre, a causa del momento crítico que vive el mundo, la reunión adquirió una relevancia especial y ha supuesto, sin duda, un antes y un después en el devenir de las relaciones internacionales. Las conclusiones de la Cumbre describen las características de los nuevos equilibrios mundiales, los retos a los que se enfrenta Europa, sobre todo Europa, y el nuevo mapa geoestratégico que se dibuja ante nosotros. Todo ello lleva a un rearme global.

Seguramente nos espera un mundo más difícil, más erizado de peligros y riesgos, llámese una nueva Guerra Fría o llámese como se quiera. «La guerra ha vuelto a Europa», dijo Felipe VI en su discurso durante la cena en el Palacio Real. Una constatación inapelable, breve y contundente, que sugiere un futuro complejo. Porque, como se ve, los males de la guerra se multiplican cada día, se trasladan a la economía, nos empobrecen con la inflación, la crisis energética y alimentaria, complican las fronteras, los transportes, los movimientos de personas, generan intolerancia, exclusión, y desde luego muerte, aunque también, como respuesta, han reforzado la Unión Europea, y, a lo que se ve, la propia OTAN. Si había un interés en debilitar Europa, parece que el efecto ha sido más bien el contrario. Pero eso no evita que la vida se haya complicado mucho y la estabilidad global también.

Si consideramos la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid como un escaparate de gran proyección internacional, sin duda los objetivos se han cumplido. Sánchez sabía que era necesario aprovechar una ocasión semejante, no sólo para potenciar su propio gobierno y su propia imagen, tras reveses como el de Andalucía, sino, es cierto, para dar una nueva dimensión de España en el concierto global. Esto se ha conseguido, aunque una Cumbre duda lo que dura, y la agenda doméstica se impone a toda prisa.

Dicen que, a pesar de esa fama de improvisadores que tenemos (tantas veces injusta), este país organiza muy bien los eventos colectivos. Es decir, que España suele ser muy buena anfitriona. Y parece que así ha sido. Estaba en juego no sólo la demostración de la unión reforzada entre los aliados, que la OTAN quería subrayar en momento tan crítico, con el aumento del gasto en defensa (algo que no es nuevo, pero que ahora, con la guerra, parece innegociable, a pesar, ya digo, de las discrepancias dentro de la propia coalición de gobierno). Para Sánchez estaba en juego el reconocimiento internacional dentro de un contexto dominado, a menudo, por los anglosajones. Si las imágenes no mienten, podría decirse que España salió bien parada del encuentro, recuperando protagonismos perdidos. ¿A qué precio? Bueno, todas las cosas tienen un precio. Y más hoy, que el contexto global no ha dejado de encarecerse.

A nivel personal, Sánchez también ha salido ganando. En un momento difícil de fin de legislatura, con discrepancias internas y la crisis brutal desatada, con proyecciones electorales poco favorables, Sánchez se ha agarrado con éxito a una de sus apuestas seguras. No todos los días sube uno las escalinatas de La Moncloa acompañado de importantes líderes mundiales, alguno de los cuales, como Joe Biden, no se había prodigado precisamente en las conversaciones y los acercamientos hacia nuestra clase política, ni hacia el presidente. Parece claro que Sánchez se encuentra mucho más seguro (y es más valorado) en el contexto internacional. En Bruselas, desde luego. Y ahora, tras la Cumbre, ha logrado reforzar sus vínculos transatlánticos. Otra cosa, desde luego, es la situación doméstica. Sánchez se enfrenta a retos más difíciles en las distancias cortas, no sólo por el ascenso paulatino de Feijóo (que podría apoyar sus propuestas sobre el incremento del gasto militar), sino por el inevitable desgaste de materiales de la legislatura y el muy complejo momento a todos los niveles, especialmente a causa de la carestía de la vida.

Sin duda se cumplió con éxito la organización de la Cumbre (con esos momentos estelares calculados, como el de la visita al Museo del Prado, y la cena posterior en la pinacoteca), pero otro tema es cómo bajar de ella. Cómo descender a la realidad cotidiana, menos glamurosa, sin duda, pero no menos accidentada. El mundo está en una grave encrucijada, la más grave en mucho tiempo (se diría que todo ha empezado a torcerse demasiado), pero parece haber un refuerzo occidental, al que se incorporaron, en un movimiento más rápido de lo previsto, Suecia y Finlandia, tras el levantamiento del veto turco en las primerísimas horas de la Cumbre de la OTAN. Es un proceso que aún llevará algún tiempo, pero que cambia de forma drástica la historia reciente.

Quedan imágenes impactantes, una notable camaradería de líderes (más besos y abrazos que en ninguna parte: se notaba que estábamos en el sur de Europa). Fue lo cultural, sí, lo que nos apartó un poco de la materia de la Cumbre y de la naturaleza de los acuerdos y nos llevó al espíritu del arte, al espíritu del Guernica, a ese pasearse entre grandes obras en el Museo del Prado, que también conoció en su día noches de guerra, en las que los cuadros fueron salvados de su destrucción. Como ahora en Kiev. Sirva el gran museo para recordarnos la necesidad de preservar la belleza y la libertad.
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