13/06/2021
 Actualizado a 13/06/2021
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Pues aquí estamos, haciendo cola en el Palacio de Congresos (‘queing’, como dicen los ingleses, que han provocado la tiritona del Gobierno al repudiarnos como destino turístico, cuando deberíamos ser nosotros quienes los rechazáramos por xenófobos…España, qué pobre eres), que para los debutantes se alarga hacia los confines de la Avenida de Antibióticos, y eso que falta media hora para que abran. Los más listos llevan visera y los demás nos achicharramos contra los ventanales y para espantar esa «luz vívida y cruel», que escribió Baroja, abordamos algún tema banal, y no tarda en surgir lo de la selección de fútbol y el positivo de Sergio Busquets. Un tipo sospechoso, que viste los colores patrios, señala que cómo no se les va a vacunar, que representan a España, pero hay quien sostiene que todo esto del balompié es un engaño, un deporte que fomenta la corrupción y el lavado de cerebro de la gente, y se forma un pequeño disturbio. Ay, Iniesta, está claro que solo fuiste una estrella fugaz en nuestras vidas. Otro paisano, que no parece enterarse de nada, dice que ojalá le pusieran la de ginseng, que tiene efectos afrodisíacos, y la mujer, con un mohín de disgusto, le pide que cierre la boca, que la que administran es la de Jansen, y algunos se ríen por lo bajo. La cola sigue creciendo desmesuradamente y recuerdo que en una época de mi vida pensé que esa sería una buena profesión, guardar colas por otros, en las estafetas, en los hospitales, en los innumerables ministerios o consejerías que salpican nuestro país, tan acostumbrado a crear colas para todo. Los únicos que no las sufren son precisamente quienes las organizan, personajes públicos o funcionarios negligentes, esos tipos que uno nunca se sabe dónde están y que sin embargo te amargan la vida constantemente. El de la selección ha enmudecido porque una señora le pregunta a ver por qué no se vacunan también a los pelotaris y a los piragüistas, y yo empiezo a desentenderme porque lo más cruel de todo, pienso, no es que nos obliguen a tragar colas infinitas, sino que las tengas que hacer con gente que presuntamente tienen la misma edad que tú y que al pasar a tu lado, te dejan una impresión escalofriante: esas calvicies desoladoras, esas bolsas en los ojos y el abdomen, ese andar entre rígido y renqueante. La decadencia. Nunca condenaremos lo suficiente este maldito virus.
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