03/11/2022
 Actualizado a 03/11/2022
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Aquel noviembre todavía hacía frío y no sabíamos qué significaba sanchismo. Gobernaba Rajoy en España y en Castilla y León Herrera, así que la política era más aburrida pero también más previsible. Cataluña había celebrado el referéndum ilegal, una declaración unilateral de independencia y la huida de aquellos que fueron condenados e indultados después por el nuevo socialismo que traicionó el PSOE a cambio de La Moncloa. Con Bildu no se negociaba nada porque era encararse a ETA, Podemos quería asaltar los cielos sobre la coleta de Pablo Iglesias y Ciudadanos tenía en Albert Rivera el nuevo Adolfo Suárez que resucitaría la Transición.

Ese 2017 Franco seguía enterrado en el Valle de los Caídos, no nos habían vendido la Agenda 2030 y mucho menos que la energía nuclear era energía verde. Aquel noviembre quedaban minas abiertas y prometían ayudas a las cuencas mineras, había despoblación pero no ‘España vaciada’ y el campo pregonaba su ruina. Vox existía para una extrema minoría y el PP no sabía que era «la derechita cobarde». Luis Tudanca ya había perdido unas elecciones y andaba convencido de que si un día ganaba sería para gobernar. Creíamos que el multipartidismo enriquecería la democracia. No poníamos cara a Pablo Casado ni Díaz Ayuso. Era imposible una pandemia mundial que fulminará a miles de los nuestros, un confinamiento y un mundo sin rostros y con mascarillas. Las guerras en Europa eran pasado y la amenaza nuclear solo para guionistas de Hollywood. Reino Unido seguía en la Unión Europea aunque había ganado el Brexit, Trump llevaba casi un año en La Casa Blanca y ningún bisonte había asaltado el Capitolio. Los apagones eran distopía.

Aquel noviembre aun creía que todo periodismo valía la pena, tenía fobia a los perros y miedo al apocalipsis. No sabía que el hogar estaba en su regazo y el futuro en su sonrisa. Escribí por primera vez esta columna y descubrí cada semana que las palabras manchan. Hace cinco vidas y cinco años. Gracias.
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