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Cierre de puertas

23/02/2020
 Actualizado a 23/02/2020
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Con las ganas que tenía yo de ver de cerca el lucernario de la vieja Estación del Norte, y voy y pierdo el tren a León el viernes. El cierre de puertas del AVE es dos minutos antes de la hora de salida y yo llegué justo a esa hora. Dos minutos tarde, por tanto. Lo nunca visto, habían hecho el control de billetes con toda puntualidad. Ventajas de la anunciada liberalización, supuse.

No puedo negar que cuando bajé, con todo el sofoquito de la carrera, al andén de Chamartín, me planté delante de los revisores para rogarles que tuviesen la amabilidad de dejarme pasar. No transigieron, a pesar de estar el tren parado y con el semáforo en rojo. Fue en ese momento que sentí cómo despertaba el Vesubio dentro de mí. Ya iba a ponerme a soltar lava verbal cuando me acordé del episodio aquel del folclórica/o que en situación semejante a la mía montó una bronca de portada del ‘Qué Me Dices’. Y entonces reaccioné: a mí no me pillan en una de esas. Enváinatela y venga, largando, me dije. Que además ha sido una semana demasiado sonrojante y de insultos cruzados en la arena pública (desde la capital hacia mi tierra y de vuelta para la capital) para que la ciudadanía se pueda permitir el lujo de no dar ejemplo.

Seré sincero. Se me pasó por la cabeza usar un último cartucho, el de la picardía. Algo de calibre pequeño: «déjenme pasar, por favor, que tengo a los trillizos con paperas». Pero por dignidad tampoco lo gasté. Haberme metido luego en la sala club a hincharme de cacagüeses sí que tenía que haberlo hecho. Que cena no tenía y de dignidad ya había hecho suficiente gala. Pero tampoco.

Me retiré, saqué billete para el sábado por la mañana y para mitigar la rabia emprendí la relativización del asunto. Está claro que la culpa fue mía. Por apurar tanto. Pero es que no puedo dejar de ser coherente con mis ideas políticas: llegar con mucha antelación a las estaciones es conservador en lo económico y reaccionario en lo social. Por no mencionar que el despilfarro de todos esos minutos a lo largo de tantos años me hubiese privado de muchas buenas siestas. Asumo el riesgo de llegar con el tiempo pegado al culo y normalmente me sale bien la jugada, así que no hay por qué replantarse la estrategia.

Mi chica no ha hecho mofa de la pifia tampoco, no puedo pedir más. En pago por ello le ahorraré mi pitorreo las próximas ocasiones en que me haga saber que ella ya ha ocupado su sitio en el vagón, antes si quiera de que yo haya salido de casa.
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