Cerro de la Mota y la Candamia

Historia y leyenda en un montículo y en un parque con tres dueños

Gregorio Fernández Castañón
04/07/2022
 Actualizado a 04/07/2022
CAMPARREDONDA
CAMPARREDONDA
Desde el cerro de la Mota, o Mota del Castro, la ciudad de León parece un oasis en medio de un desierto verde. Hermosa y llena de contrastes, serena, extiende su máximo poderío… apuntando al cielo, donde brilla con luz propia la Catedral. El silencio, aquí, lo inunda todo. Y mejor que así sea porque la historia de este lugar salpica con ruidos de sangre la hierba y, por encima del polvo, proliferan los gritos desesperados de los hombres y de las mujeres seguidores de Yahveh a los que, en su momento, se les condenó a no conjugar la raíz del amor con otras terminaciones verbales.

En realidad, desde aquí, desde el cerro de la Mota y sin interferencia alguna, se confirma mejor su pasado cargado de violencia y de odio, cuya sombra mancha de luto la cálida luz de la tarde. Imágenes y sonidos que rubrican la verdad de los historiadores y testigos, sin dejar en el olvido una sola letra. Por eso, si miro, veo, y si escucho sé que, al amparo de la noche, los pechos rotos por donde salía la vida de los paseados dibujaban por encima de la tierra la voz del silencio con sus corazones vacíos…, secos. Y también sé que, justo aquí, si atravieso el paso lejano de otras lunas y de otros inviernos de hielo y de barro, triunfó la guadaña afilada de la muerte y el látigo para conseguir esclavos entre los mercenarios judíos al servicio del rey de León.

Estoy hablando de los tiempos en los que los relojes de bolsillo marcaban el poder absurdo de la mayor de las dictaduras, y estoy hablando de los marcajes que solo el sol, el hambre y el sueño llenaban de aconteceres a todos los que habitaban en el ‘Castrum Ludeorum’ (Castro de los Judíos), aquí, en el cerro de la Mota (Puente Castro).
De los años en los que, «por la gracia de Dios», mandaba él, el franco dictador, todos conocéis lo que fue León y lo que representaba, por ejemplo, el Convento de San Marcos antes de que lo llenaran de lujosas ‘estrellas’. El Convento de San Marcos, la fábrica de curtidos de Santa Ana o, entre otros, el viejo Hospicio (lo que hoy es Correos).

Todos conocéis, sin duda alguna, la historia reciente que aparece escrita en el dictado más serio y vergonzoso de nuestra ciudad: a muchos de los presos procedentes de cualquiera de los campos de concentración enumerados, los traían aquí, a la base de este cerro, para… Justo a la orilla del río, se encontraba el campo de tiro de Puente Castro, lugar donde, por poner un ejemplo, encontraron el camino directo hacia la paz el alcalde Miguel Castaño y el padre del reconocido pintor Vela Zanetti. Pero, si me lo permitís, con vuestro permiso, me detendré en la piedra con la que he de tropezar para llegar hasta la tranquilidad que, hoy, ofrece el Parque de La Candamia. Otro de mis objetivos. Un parque en el que, en los tiempos de los romanos, había un santuario dedicado al dios Júpiter Candamo (de ahí, tal vez, proceda el nombre de La Candamia).

Y para llegar hasta la verde pradera, todavía no debo abandonar del todo el cerro, porque he de aclarar lo que allí les pasó a los judíos. Y lo que les ocurrió fue que, haciendo mía la verdad histórica, el 23 de julio de 1196 los ejércitos de Alfonso VIII de Castilla y Pedro I de Aragón se enfrentaron a ellos de forma tan brutal que los que quedaron vivos, los menos, corrieron distinta suerte: unos fueron hechos esclavos y otros lograron atravesar el río Torío y adentrarse en la ciudad. Su nuevo asentamiento lo consiguieron a los pies de la muralla leonesa (hoy, Barrio de Santa Ana) y allí estuvieron hasta que los Reyes Católicos, en el siglo XV, los expulsaron, bien se sabe, junto al resto de los judíos de toda España.

En León, no obstante, quedó ‘olvidada’ una jovencísima y bella criatura a la que el resto del pueblo judío confió la custodia del tesoro de la aljama. A partir de aquí es la leyenda la que pone voz a mis palabras.

La joven aceptó tal responsabilidad, confiando que, más pronto que tarde, todo volvería a ser como siempre. No fue así. A la vista de que los años iban pasando sin que regresara a León el gran grupo de los suyos, se temió lo peor. Su cuerpo, interiormente, comenzó a sufrir los arañazos propios de la edad; las arrugas iban marcando regueros secos en su piel sin brillo y por su rostro comenzaron a aparecer pequeñas manchas y ojeras. «¡Oh, Yahveh!» –gritó, al ver su deterioro en el espejo de una de las pozas del río Torío–. Y de inmediato buscó remedio a su decrepitud acudiendo frente a la bruja del Abolengo, quien le aconsejó tomar, durante quince días y en ayunas, una pócima humeante y nauseabunda, pero efectiva a juzgar por el resultado: la ya más que madura mujer consiguió de nuevo ser la fresca flor que continuaba atrayendo a los ‘moscones’ que leían en la miel de sus ojos un futuro con ella. Pero no. Como bien se puede comprender, su misión era lo primero, hasta que… Sintiendo que su fin estaba cerca decidió enterrar el tesoro en La Candamia, justo al lado de la Fuente del Oro y debajo de una monumental piedra. Y allí continúan escondidos el tesoro y ella; la joven que solo se manifiesta durante la Pascua judía, con un solo anhelo: que, ahora sí, la descubra un inteligente, cariñoso, apuesto y joven leonés. Cuando llegue ese día, ella, a cambió, le entregará su eterna juventud y el tesoro de la aljama, el gran tesoro de su pueblo. Mientras tanto…

En el año 1940, Jesús, uno de los pastores de un aprisco próximo, buscando tres de sus cabras extraviadas tras una fuerte tormenta, aseguró haber visto a la moza paseando a la luz de la luna llena de aquel mes de abril. La voz corrió de tasca en tasca y, una vez más, el tesoro fue buscado, sin éxito alguno, primero por las inmediaciones de la fuente (donde hallaron, eso sí, un gran trozo de pan ácimo –la matzá– a los pies de una montaña rojiza) y, después, por la ancha vega, por las orillas del río Torío y por los precipicios de las ‘Pequeñas Médulas’ más cercanos. Arañando la tierra y levantando las piedras lo único que consiguieron fue descubrir más, si cabe, la diversidad paisajística de este paraje, junto a una rica variedad de flora y fauna. Un parque natural, La Candamia, que, perteneciendo a los municipios de León, Villaquilambre y Valdefresno, ocupa 470.000 m2, de los cuales 110.000 m2 corresponden a la zona de recreo, propiamente dicha, y 10.000 m2 a los huertos que el Ayuntamiento de León entregó a determinados jubilados para su explotación y disfrute.

La Candamia, y termino, es una caja de sorpresas: allí se hallaron restos humanos de más de 5.000 años (restos que hoy se pueden admirar en el Museo de León) y allí, también, se extrajeron las primeras piedras para iniciar la construcción de la Catedral. Hoy, en su larga y ancha pradería, que mantiene el Ayuntamiento de León, cualquier ciudadano tiene acceso libre para hermanarse con la Madre Naturaleza de la forma que cada cual escoja: hacer deporte, leer un libro, dormir una siesta, jugar a las cartas, admirar los patos del lago, beber el agua fresca que ofrece la famosa Fuente del Oro, pasear (con o sin perro), correr, chapotear en el río, admirar las ‘Pequeñas Médulas’, cantar, bailar o subir hasta el cerro de la Mota para emborracharse con la belleza que ofrece la ciudad o con el silencio. Lo que cada uno quiera, porque, a diferencia del ayer, la tranquilidad y la paz son patentes dentro de este enorme pulmón natural.
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