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Cerrar por dentro

01/10/2020
 Actualizado a 01/10/2020
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Hoy se nos viene encima el otoño dicen los hombres del tiempo. Ya lo andan avisando las parcelas oreadas con los terruños boca arriba y tan revueltos. Ya lo están gritando silenciosas alamedas y los chopos que se mudan a los ocres elegantes de la añoranza. La naturaleza en estos lares se va quedando en la esencia, pierde en estos meses de humedad y chasquido de hojas su habitual artificio. El otoño es una cura de humildad, una venganza a la soberbia insoportable del verano, una lección a la estival juventud esplendorosa y convencida que duraría para siempre. Todo se va marchitando hasta enseñarnos las vergüenzas de los nudos y los tallos, la madera de la que están hechas las ramas que resistirán aunque parezcan débiles. Mejor dicho, todo se va desnudando en otoño hasta enseñarnos el orgullo que promete en la sabiduría cansada de los ahora fríos atardeceres de fuego la siguiente primavera.

Cuando todo esto pasa y las casas se vuelven más hogar que cobijo y respiran el acogedor humo de las chimeneas, uno regresa al mundo como algo que no deja de suceder afuera. Entre los pequeños placeres que se deben empezar a apreciar con las canas están los sorbos cortos a un Negroni y cerrar por dentro la puerta de casa. Es una de esas caricias al alma que justifican la crueldad de una existencia, como todas, zarandeada inexorablemente por la costumbre de vivir. Cerrar por dentro, volver al refugio, al calor del vientre perdido, a la seguridad de lo poco o mucho conseguido que se amontona en los armarios y las estanterías, a la cueva primigenia donde decidimos pintar bisontes. Cerrar por dentro, contigo mirándome junto a la ventana cargada de lluvia. Bajo una manta de arrumacos breves y sinceros planeando para luego, para después, para mañana… la próxima incursión a lo desconocido que habita la rutina de allá fuera. El otoño que hoy ya nos destempla es una serenidad melancólica y dorada. Es la verdadera llave de la esperanza.
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