23/06/2020
 Actualizado a 23/06/2020
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Ya sé que este título no es políticamente correcto, pero la situación es muy grave. El hierro y el cemento producen una espléndida combinación, dado que tienen el mismo coeficiente de dilatación. A veces da la impresión de que las caras de algunos de nuestros gobernantes están hechas con esta resistente mezcla. Cuando en debates parlamentarios las cámaras los enfocan en primer plano, mientras oyen críticas tan acertadas como demoledoras, no se inmutan un ápice. Otro tanto ocurre cuando mienten sin ruborizarse lo más mínimo, con extraordinaria naturalidad.

Nos encontramos en pleno debate, con nocturnidad, sobre la ley de educación. Si hiciéramos una encuesta a padres y madres de nuestro entorno, que son los verdaderamente responsables de la educación de sus hijos, a ver qué opinan de dicha ley, me temo que muchos no tendrían ni idea. En cambio, si les preguntáramos por los resultados de los últimos partidos de fútbol o por algo relativo a Sálvame o Supervivientes respectivamente, probablemente tendríamos bastante más éxito.

De poco vale que haya gente sensata y preparada, consciente de que en esa ley se juega el futuro de nuestros niños y jóvenes, y de España, y surjan voces razonables que traten de poner freno a este desvarío. Pero en esta sociedad ignorante y narcotizada no resulta nada fácil servirse de la razón o del sentido común. Por eso dichos gobernantes pueden permitirse el lujo de permanecer inmutables con esa cara dura, haciendo oídos sordos, e incluso teniendo el cinismo de decir que están tramitando dicha ley en un clima de diálogo.

Concretamente se nota en la ley enorme aversión a la Iglesia, manifestada en lo relativo a la enseñanza concertada y a la clase de religión. Pero también cabe recordar que, pese a algunas discrepancias, fue Felipe González el que más dignificó la situación laboral de los profesores de religión. También oí decir a un Obispo de los que negociaban estos temas con Alfonso Guerra que, aunque pudiera parecer lo contrario, daba gusto dialogar con él y poder llegar a acuerdos. Nada que ver con la situación actual, a no ser que recapaciten y respeten la Constitución, los Acuerdos Iglesia-Estado y la libertad de los padres a la hora de elegir la educación de sus hijos. Lo triste es que muchos padres por dejadez, por indiferencia o por desconocimiento de lo que se está tramando, no son conscientes ni de lo que se está jugando ni de lo que podrían hacer si se unieran y se molestaran un poco en informarse y en actuar en consecuencia.
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