Cementerios vaciados

02/11/2021
 Actualizado a 02/11/2021
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Recorrí ayer, el llamado Día de Todos los Santos, varios cementerios de pueblos con un denominador común, nadie vive en ellos en invierno o, como mucho, un par de personas. Una vieja costumbre y, tristemente, cada año es más extensa la lista de pueblos a los que puedes acudir. También existen los cementerios vaciados, olvidados, ninguneados...

Es cierto que suele haber algunas flores sobre las tumbas. Es cierto que, pese a no vivir nadie, puedes encontrar a alguien limpiando una lápida, quitando unas ortigas, tapan algún agujero, rezando en voz baja...

María estaba allí. No hacía nada, solo lloraba. No es raro ver lágrimas en estas situaciones pero me pareció una situación diferente y después de un rato, largo me pareció a mí que se me estaba haciendo eterno por lo incómodo, se santiguó, se dio la vuelta y se puso a hablar conmigo como si nos conociéramos, como si fuera algún vecino del pueblo.

– Buenas tardes.

– Buenas. Mal trago estas cosas. La he visto llorar, ¿tiene algún muerto reciente?

Agachó la cabeza y en voz baja me contó una historia, la de sus lágrimas. «Es mi marido. Ya murió hace quince años pero le prometí que vendría cada año, con nuestro hijo, para charlar un rato, para contarle cómo va creciendo aquel chaval que solo era un niño cuando él murió».

– ¿Y el chaval?

– Pues se ha ido a tomar algo, ahora vendrá, le parece un rollo esto del cementerio. Con la ilusión que me hacía este año, decirle a su padre que acaba la carrera. Y, lo peor, dice que a mí me incinerará, que no me enterrará al lado de su padre.

No estoy contra nada. Ni a favor. Cada cual. Pero lloré.
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