19/02/2022
 Actualizado a 19/02/2022
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Las revoluciones modernas son como pequeños anticiclones, regalan un sol tibio lleno de promesas durante unos días y al sol todo se ve de otra manera, es capaz de hacer germinar en nosotros y en nuestra tierra pequeños brotes tiernos de esperanza. Son el síntoma de que al menos en campaña, la vida regresa, aunque lo haga en forma de ilusorio espejismo.

La última semana, Castilla y León, ese matrimonio de conveniencia para algunos y de pesadilla para otros, predispuesto por padres y no por contrayentes, forzosamente unido por una conjunción copulativa que muchos quisieran sustituir por un punto y aparte, ha sido protagonista en los medios de todo el territorio español. Es lo que tienen las campañas, resucitan a un muerto, aunque sea para clavarle una última estocada. Todos vinieron a hacerse fotos en tractores, museos y catedrales, campos de maíz. Y ganó la derecha como esa vieja mala conocida en una Castilla que no se atreve a cambiar. Perdió una izquierda parca en credibilidad e ilusiones. Se hundió el centro, porque en España los ciudadanos no están en un espectro político, son de él hasta su muerte. La diferencia entre unas y otras elecciones la marcan un puñado de ‘indecisos’, así los llaman, cuando quizás sean libres y críticos, son los que están y no los que son. Y junto a este panorama previsible se alzan voces de provincias muy cansadas que por fin gritan para hacerse oír. La España vaciada, Soria, Ávila y por supuesto, la Unión del Pueblo Leonés, que ha ganado en León y su alfoz. No es un tema baladí, es un clamor ardiente.

¿Qué nos pasa? Ya son 35 años de silencio, de desprecio, de olvido. Pueblos vacíos, nula inversión, ausencia de proyectos originales, fuga de cerebros, despoblación huracanada. Y aún así, Castilla los vota. Parece importarles poco la oscuridad que se cierne sobre el futuro de esta tierra. Y es que ‘ al que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe’.
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