26/03/2020
 Actualizado a 26/03/2020
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Nunca me llamó Dios por el camino de la contemplación..., y estos días me da mucha pena. Figúrate si hubiese cogido los hábitos de joven y a estar alturas de la película estuviese dando paseos por los claustros de cualquiera de los conventos de clausura que, todavía, hay en España. Aunque ni me haría falta un convento. Estaría recluido en las cuevas de San Fructuoso, en la Tebaida berciana. Saludaría a mis compañeros de retiro con un «morir habemus», a lo que me contestarían, «ya lo sabemus», pero estaría libre de cualquier microbio, virus o bacteria letal. Si la economía se va la mierda, que es lo más probable, me daría lo mismo, como si oyese llover. Pondríamos una huerta y criaríamos pollos y conejos. Se acabaron los conflictos, chaval, ¡eso sí que sería una vida de puta madre, en un lugar idílico y, sobre todo, aislado de todo y de todos!

En cualquier caso, esa vida la habría escogido yo, guiado siempre por la iluminación del Espíritu Santo, y no me podría quejar. Seguramente estaría más contento que unas Pascuas. Pero que el Poder me imponga quedarme en casa, aunque sea por una eventualidad tan peligrosa como el dichoso coronavirus, me repatea. ¿Dónde queda el libre albedrío?, ¿dónde quedó la libertad que tuvieron para salir a la calle más de un millón de señoras, (y algún tonto útil que las acompañaba), cuándo se sabía que el bicho la iba a preparar como Amancio el del Madrid? No estoy haciendo demagogia, que podría; sencillamente me lo estoy tomando a risa. Lo malo y lo peligroso del confinamiento es que tenemos tiempo, mucho tiempo, en el que no sabemos que hacer. Nos da, entonces, por estar todo el santo día con el móvil en la mano, compartiendo estupideces, contando historias que no tienen un pase y dándonos a toda suerte de teorías conspiratorias, la mayoría de ellas demenciales, divulgadas, en muchos casos, por el mismo Poder o sus adláteres, para conseguir que tengamos la pirula echa un lío y no sepamos a lo que están jugando. ¿Qué no? No tenéis más que leer el País, por ejemplo, para daros cuenta de que estoy en lo cierto. Por mucho que el gobierno la haya cagado, que la ha cagado a lo grande, para esta gente todo está perfectamente, aquí no ha pasado nada, y si ha pasado es por culpa de los otros. Siempre es culpa de los otros... Que conste que estoy seguro que de gobernar ‘los otros’, también ellos echarían la culpa a... los otros otros. Para volverse loco. Por eso, un servidor en esta reclusión, sólo lee este periódico, (¡faltaría más!), y el Deia, por si dan alguna noticia del Athletic. Aunque siga riéndome, que sigo haciéndolo, no quiero que penséis que soy un desaprensivo o un terrorista. Uno está cumpliendo a rajatabla con el confinamiento, mayormente porque no me cuesta ningún trabajo hacerlo. Los que somos raritos, la verdad es que estamos en la gloria. Y más si somos, además, asociales. En mi caso, lo único que deseo es tener libros que leer, tabaco que fumar, (para lo que dependo de la ayuda desinteresada de alguien que vaya a León o al Puente y me lo compre), y una línea de Internet para asomarme, de vez en cuando, al mundo. El problema lo tenéis los que sois socialmente hiperactivos, los que no podéis dejar de comunicaros con vuestra gente, (la que piensa y obra igual que vosotros), ni un minuto. Os respeto, de verdad que sí; pero sé lo difícil que es hacer todas esas cosas sin salir de casa. Mejor dicho, lo imagino. En esta crisis, a los que más admiro son a los padres y a las madres que tienen niños pequeños en casa. Son héroes. Imaginar soluciones para que los chavales no entren en una depresión de caballo tiene que ser agotador. Y hacerlo en un piso de setenta metros cuadrados ya es la leche. Demuestran que tienen unos cojones como los del tigre: pequeños y pegados al culo. También, ¡como no!, tenemos que admirar a los sanitarios que se juegan la vida para cuidarnos. Sobre todo a las enfermeras, a las auxiliares de clínica y la las limpiadoras. Los médicos son otra historia. Son necesarios, por supuesto, pero si dejasen de una vez de estar subidos al púlpito de la arrogancia. Cuándo esto pase, serán ellos los que se lleven las medallas, igual que harán los políticos. Pero sin el resto del personal, los que antes os mencioné, los que están al lado de los enfermos, los que les dan consuelo, los que los lavan y los cambian de ropa, no saldría ni Dios vivo de un hospital.

Uno quiere creer que estos días que es un monje de clausura, aunque sin rezar nada más que lo imprescindible. Es la única manera que creo posible para ver las cosas en perspectiva. Mola. En fin, que a todos nos sea lo más leve posible este mal negocio que alguien se trae entre manos.
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