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Capitalidad y mentira

05/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La pretensión de De Santiago Juárez –ex vicepresidente de la Junta de Castilla y León, y ahora concejal en Valladolid– de un reconocimiento estatutario de esa ciudad como capital autonómica invita a varias reflexiones más allá de la respuesta que produjo en León.

De Santiago Juárez manifestó el martes que Valladolid «es la capital de Castilla y León», a pesar de que el Estatuto de Autonomía de Castilla y León refleja que no hay capital. Se supone que es lo mismo que pensaba en mayo, cuando aún era la segunda autoridad del gobierno autonómico popular. En consecuencia, se puede deducir un trato de favor a esa ciudad, aunque no estuviese legalmente justificado.

Por otro lado hay que rememorar que José María Aznar, presidente autonómico a partir de 1987, fue defensor de la inexistencia de capital y propugnaba el reparto de sedes por el territorio autonómico. Con esas promesas quiso neutralizar la revuelta social de León ante la autonomía recién impuesta. En ese año se incorpora a la política autonómica De Santiago Juárez, quien o pensaba lo mismo o asumió el mandato de su jefe.

El tiempo ha demostrado que Aznar y sus sucesores mintieron en el reparto de sedes. Por eso el paso propuesto por De Santiago es el blanqueo de un engaño, el disimulo de un fraude a dos millones de ciudadanos. La propuesta, reprobable, reconoce en su argumento la centralización en Valladolid, pese a haber publicitado un trato de pretendido equilibrio territorial, especialmente con León.

Pero además la maniobra persigue presumiblemente otros fines. La capitalidad estatutaria daría prerrogativas para aumentar el gasto autonómico en la sede sin subterfugios y con pocos límites. Hasta hoy las proclamas de los alcaldes de Valladolid para centralizar instituciones e inversiones allí tienen una respuesta: ni es capital ni hay que centralizar. Si Valladolid fuese capital, el grupo que controla la Junta podría gastar sin medida ni demasiada justificación. Algo así ha pasado en Sevilla.

Por otra parte, este episodio trasluce nerviosismo por el futuro económico de la ciudad. Su escaso dinamismo, a pesar de las copiosas ayudas, sigue basando el empleo en el sector público y en las fábricas de automoción. Estamos entrando en un cambio de modelo energético que penalizará a las factorías –como penalizó al carbón– debilitando la relevancia de la ciudad. La elevación a capitalidad permitiría a Valladolid disponer de los fondos autonómicos sin apenas obstáculos. De ahí seguramente la urgencia de Óscar Puente y De Santiago Juárez, incapaces de abordar una transformación económica que trascienda las fórmulas de «lo de toda la vida».
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