28/05/2022
 Actualizado a 28/05/2022
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Venía de la presentación en Madrid de un libro colectivo de relatos y crónicas sobre el Camino de Santiago y justo tenía detrás del asiento del tren a un grupo de peregrinas francesas de unos sesenta años. Las cosas en la vida ya se sabe que a veces son así, menos con la lotería, que aunque la pienses muy fuerte no te sale.

Las peregrinas iban como se debe: calzado para caminar, ropa deportiva, mochilas grandes. Las imaginé ya llegando a Santiago, ampolladas pero contentas, comiendo un pulpo a feira bajo algún soportal. Y tal vez incluso más allá, porque muchos peregrinos acaban el Camino en el cabo Finisterre. En la presentación del libro me contaban que algunos de los que más exageran esta llegada al «fin del mundo» gallego son los japoneses, que se despelotan, se bañan en el frío del Atlántico y queman la ropa con la que han hecho el Camino, botas incluidas. Lo cierto es que no son los únicos: muchos hacen este ritual de quema que deja convertidos en un cisco algunos lugares del cabo y que ha provocado varios incendios forestales.

Así es la humanidad: maravilla y asco. Así somos también cada uno, humanos en la humanidad, gotas en el mar. Vi mucha humanidad junta en este breve viaje a Madrid en tren. Más de la esperada para ser un día entre semana. Con la sensación de alejamiento de la peste coronavírica, tal vez ha empezado ya el despiporre de los nuevos años veinte.

El caso es que había mucha humanidad en el tren: el bebé de unos padres rubísimos y extranjeros llorando en el idioma universal de los bebés, las peregrinas, un señor que no se calló en todo el viaje (¡madre mía!), una mujer que contó a otra que tenía doscientos guasap por contestar (¡padre mío!), estudiantes, gente apurada trabajando en sus ordenadores y todo así.

Como las peregrinas, algunos bajamos en León para la conexión del tren que va en dirección a Galicia. Y en León paseamos por primera vez por los andenes bajo los lucernarios de colores del nuevo Paseo del Ferrocarril, que parecen una fotografía de Ouka Leele. En estos andenes había más humanidad camino a otro sitio, quién sabe a cuál.
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