28/09/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Supongo que alguno de mis cuatro lectores tiene en su casa un calendario de los que regala Caja EspañaDuero, grupo Unicaja. No creáis, a mi me lo tuvo que regalar mi madrina, que es muy mirada, por qué dejé de deber dinero a esta santa caja el día en que un presidente satisfecho, quitó la sucursal de mi pueblo y la puso en el de al lado (porque tenía un chalet allí); fue un mal chiste, porque ese pueblín sólo tiene una ventaja sobre el mio: que pasaba la carretera general por el medio de él. Ahora, ni eso. Eso, aquí y en la China comunista, se llama prevaricación o hacer lo que a uno le sale de los cojones, que para eso es el que manda. En la página de este mes hay una foto bastante decente y una frase de Gandhi: «La satisfacción radica en el esfuerzo, no en el logro». Hombre, no sabe uno...; lo más seguro es que sea verdad, que para la eso la dijo Gandhi, pero, a mi me parece un canto al estoicismo, y a estas alturas de la película uno se declara hedonista, la antítesis, lo contrario. Pero, pensándolo bien, sí, tiene razón el padre de la India moderna. Lo digo por qué me han preguntado alguna vez mis bienintencionados amigos el por qué no he hecho nunca el Camino de Santiago. Nunca lo haré, la verdad, no porque no me gustase patearlo, sino porque para hacerlo necesitaría lo menos seis meses, y eso no es posible; todos, por desgracia, tenemos responsabilidades a las que no podemos dejar de lado, obligaciones ineludibles con la familia y la sociedad. Para hacer el Camino como yo creo que se debería hacer, hace falta ser muy rico o pobre de solemnidad, ya que son los únicos que pueden viajar sin prisa. Hacer el Camino en etapas de treinta o cuarenta kilómetros, a uno, por lo menos, le parece una locura. Andando esos trechos, aparte de cansarte mucho, es imposible ver nada. Y lo importante de cualquier camino es ver lo que te vas encontrando. Los peregrinos que veo muy a menudo cuando vengo a León o voy a Mansilla, se me parecen a Forrest Gump, en aquella parte de la película en que le dio por correr por todos los Estados Unidos. Simplemente corría y, como decía el del chiste, «correr pa ná, no tiene sentido».

Si te pegas una paliza de cuarenta kilómetros, andando bajo un sol de justicia, desde Sahagún a Mansilla, pongo por caso, no tienes ganas de ver el amanecer espléndido que se da todas las mañanas en los Campos Góticos. Solo haces como el Cid, cuando marchó al destierro: «el ciego sol, la sed y la fatiga, por la terrible estepa castellana, sangre, sudor y lágrimas, el Cid cabalga». No te puedes parar a ver una flor porque te retrasarías, ni a observar como vuela un milano acechando a su almuerzo, ni siquiera admirar una ermita que queda a cincuenta metros de la vereda por donde caminas. Un desastre, bajo mi punto de vista.

Para poder hacer todas esas cosas se necesita tiempo y los peregrinos no suelen tenerlo. Para viajar, de cualquier manera, se necesita , sobre todo, tiempo. Poder pararte a beber un vino, (o los que hagan falta), con un paisano sentado en el poyo de la plaza de cualquier pueblo, comer un cocido en la Maragatería, (que la cruzas entera), sin pensar en que luego tienes que seguir con la monserga del «primero un pie, luego el otro», y correr el riesgo cierto de que te entre un retortijón porque los garbanzos, las berzas y la ‘ración’ no se dirigieren bien de otra manera que sentado como Dios manda, es una jodienda. Dormir donde te dé la gana, incluso al raso, teniendo como techo el cielo limpio y puro de Vega del Valcárcel, pongo por caso, levantarte a las once o las doce porque te sale del cuerpo, andar, ese día, dos kilómetros porque has encontrado, a lo tonto, un rincón con una vegetación y un verdor inigualable, es algo que, desgraciadamente, tienen prohibido los caminantes que se deciden a hacer el Camino teniendo tres o cuatro semanas para llegar a Santiago. Por eso, sólo por eso, me he negado siempre a hacerlo.

Pero ocurre lo mismo en cualquier otro orden de la vida. La gente quiere llegar a su meta lo más rápido posible. Da igual que no esté preparado, da lo mismo si se saltan todos los obstáculos que la vida te va poniendo haciendo trampas. Lo importante es llegar como sea; conseguir el mejor puesto de trabajo, comprarte rápidamente todos los signos exteriores del triunfador, (casa, chalet, coche, un peluco del copón), y hacer que la vida parezca que es una carrera sencilla. Ocurre que cuando llegan los inconvenientes, que llegan tarde o temprano, la caída es mucho más dura para esta gente que para los que han cubierto las etapas de forma lógica. Los que más tardan en ser muy buenos en lo suyo, llevan mejor esas marejadas, cree uno.

Salud y anarquía.
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