30/03/2020
 Actualizado a 30/03/2020
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«Hay que callar» Hay que guardar silencio. Fue lo que se dijo a si mismo Gustavo Aschenbach, el protagonista de ‘La muerte en Venecia’ de Thomas Mann, cuando tuvo las primeras sospechas de que Venecia estaba siendo invadida por la peste mortal y nadie quería darle mayor importancia a la noticia que comenzaba a circular ‘soto voce’ entre los tenderos y los gondoleros del canal. Los periódicos no decían nada, pero los turistas alemanes y austriacos comenzaban a abandonar precipitadamente los hoteles y a acortar su veraneo sin dar ninguna explicación. Un peluquero le advirtió: «Usted se quedará caballero. Usted no tiene miedo al mal» Al viejo escritor de éxito alemán, G. Aschenbach, le retenía la pasión por un muchacho polaco al que no había podido dejar de mirar en la playa desde su llegada a Venecia.

«Hay que seguir cantando». Nos propone el amigo Carlos Huerta, el Solito Trobador, y sus camaradas, que están haciendo una labor de animación fenomenal. Y también ese grupo de Facebook ‘Rondadores contra el virus’ en el que uno puede escuchar grabaciones de canciones, coplas, romances, jotas, rondas y pasacalles, acompañadas de instrumentos antiguos y modernos e interpretadas por gentes desde sus casas con una encomiable maestría y un portentoso entusiasmo.

Se trata de literatura, de música, de pensar, de reflexionar, de volverse el ser humano hacia sus adentros. Porque uno de los valores del arte es trasladarnos a situaciones que acaso nunca nos va a tocar vivir, y acceder, no solo a la noticia, a los datos, a la realidad, sino al verdadero trastorno emocional que los hechos producen en algunos individuos, y si estos son de gran sensibilidad, mucho mejor. En el capítulo V de la novela de Mann podemos seguir la peste en Venecia que terminará con la vida de su protagonista. Muerte que en la última escena de la película de Visconti nos quedará en la memoria para siempre viendo caer los hilillos del maquillaje por debajo del sombrero de Dirk Bogarde que se desploma como la música de Malher.

Mann habla de ‘El poder catártico del arte’ que no basta para curar a humanos, que somos unos seres desvalidos, enamorados de la belleza y de la vida. Por eso hay que callar ante la inevitable desgracia. Pero, también, hay que seguir cantando, agarrándose a lo que nos diferencia del resto de los seres vivos, los cuales, que se sepa, carecen de la posibilidad de interiorizar las desgracias que las religiones atribuyen a la cólera divina, pero que la ciencia ha situado en su justo contexto. Callar y cantar. Callar cantando. Callar el mal, cantar el bien.
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